Muchas personas se preguntan por el modo en que surgen nuestras
emociones positivas. En nuestra experiencia diaria podemos traer a la
mente ejemplos de personas que viven continuamente experimentando
alegría y felicidad, así como el caso opuesto, a saber, aquéllos que
parecen vivir en un estado de eterna melancolía. Es más, las personas
que gozan de salud mental son aquellas que experimentan emociones
positivas en mayor medida. Este tipo de cuestiones nos llevan a
plantearnos a debates ya clásicos en psicología
acerca del origen de la conducta: ¿son estas emociones resultado de
factores biológico-constitucionales que condicionan nuestras
experiencias psicológicas? ¿o son más bien un tipo de experiencia factible de provocar mediante cambios en nuestro comportamiento?
Desde la psicología
tradicional las emociones positivas han sido en gran medida olvidadas,
en favor del estudio de la patología mental y las alteraciones de la
psique. En la actualidad existe una corriente en psicología
dedicada al estudio de esa parte positiva de nuestra mente, que cuenta
con gran influencia también en las aplicaciones prácticas de la psicoterapia. Y es que hoy en día parece bastante claro en psicología clínica, que muchas personas que deciden acudir a un psicólogo pueden verse beneficiadas enormemente de la adopción de una perspectiva positiva en psicoterapia, en lugar de dirigir esta exclusivamente a los aspectos negativos de su experiencia.
A la mayoría de las personas nos gusta rodearnos de gente positiva,
es decir, que experimente emociones positivas y sean al mismo tiempo
capaces de contagiarlas. Las emociones son un tipo de sentir con una
gran capacidad de transmisión entre individuos. Las personas positivas
suelen resultar más atractivas para los demás, mientras que las
negativas tienden a desgastarnos anímicamente y procuramos alejarnos de
ellas. Probablemente todos podamos recordar el paso por nuestras vidas
de alguna persona con actitudes (y emociones) positivas hacia la vida y
el efecto que han ocasionado en nuestro estado de ánimo. Del mismo modo,
podemos pensar en lo que ha sucedido tras compartir algo de tiempo con
personas con un talante más negativo. Con ello quiero resaltar
especialmente los resultados provocados por estos individuos y sus
actitudes en muchos ámbitos de nuestras vidas, como pueden ser las
decisiones que tomamos, la manera que tenemos de afrontar la vida y las
dificultades cuando se encuentran cerca de nosotros, etc.
Cuando hemos hablado de contagio de emociones nos referíamos a una
influencia entre individuos. La siguiente cuestión que nos surge es la
posibilidad de que sea el propio individuo quien de alguna manera
provoque las emociones positivas. Si es cierto que los demás pueden
afectar de manera importante nuestro estado de ánimo, cabe pensar que
nosotros mismos también podremos hacerlo. Este planteamiento enlaza con
la cuestión inicial acerca del origen de nuestras emociones, bien sea a
causa de una condición biológica o comportamental. A día de hoy podemos
afirmar la influencia de ambos factores, si bien desde la psicología y la psicoterapia interesa resaltar la posibilidad de modificar nuestros estados de ánimo a través de nuestras acciones.
La experiencia de las emociones positivas está en gran medida
condicionada por aquéllo que ocupa nuestra mente. Los estímulos que se
encuentran en nuestro pensamiento son capaces de generar emociones,
positivas y negativas. Este es el gran poder de nuestra mente, la
capacidad de pasar del desánimo a la felicidad modificando pensamientos,
imágenes y palabras, eliminando o restando importancia a preocupaciones
y anticipaciones negativas de hechos que aún no han ocurrido o es poco
probable que ocurran. Se trata de un ejercicio de manejo de nuestros
procesos psicológicos internos, de nuestra mente
y gestión de nuestras emociones, que en ocasiones surge de manera
natural y automática y en otros casos es necesaria la ayuda de un psicólogo para lograrlo.
La psicoterapia y desde la orientación de la psicología
positiva pretende llevar a la persona a aumentar el número y la
amplitud (en variables como intensidad de la experiencia, tiempo
dedicado a ella, etc) de emociones positivas que experimenta la persona.
Volviendo a la perspectiva biológica y desde una orientación cognitiva
hay que añadir que las emociones, entendidas estas como redes de
neuronas interconectadas, aumentan la probabilidad de activarse a mayor
número y amplitud de activaciones previas. Esto quiere decir que una de
las razones que hacen a las personas positivas tener más probabilidades
de experimentar emociones de este tipo es el hecho de haberlas
experimentado anteriormente en más ocasiones. La labor del psicólogo
por tanto es, aumentar su probabilidad de ocurrencia modificando o
eliminando pensamientos negativos, enseñando al paciente a emplear un
lenguaje positivo (al fin y al cabo el lenguaje es la base de nuestro
pensamiento y por tanto también va a influir en nuestro estado de
ánimo), dedicando tiempo a la elaboración y experimentación de
pensamientos e imágenes positivas, etc. En resumen, se trata de hacer un
trabajo psicológico prolongado en el tiempo de manejo
de emociones negativas y positivas, logrando una mayor preponderancia de
estas últimas sobre las primeras.
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