Cuando hablamos de preocupaciones en psicología clínica
nos referimos a aquellos pensamientos que en su origen quizá tenían una
función adaptativa, a saber, anticiparse a las consecuencias de algún
acontecimiento para estar preparados/as para ellas. Sin embargo, en la
actualidad han perdido ese valor adaptativo, bien por mantenerse
excesivamente en el tiempo, por exagerar las consecuencias negativas de
los acontecimientos, por incluir implicaciones de poca probabilidad de
ocurrencia, etc.
El hecho es que muchas personas valoran positivamente las
preocupaciones; es más, prefieren la “tranquilidad” de estar preocupados
ante cualquier circunstancia, porque esto les permite estar preparados
para lo que les pudiera suceder. De alguna manera les produce cierta
tranquilidad creer que nada que ocurra les pillará por sorpresa, ya que
lo han podido imaginar previamente, preparándose para las posibles
consecuencias negativas.
Sin embargo, esa anticipación constante de consecuencias negativas y
la necesidad de estar preparados en cualquier momento para lo peor, no
está exenta de complicaciones. Y es que la mente humana tiene el poder
de imaginar de una manera tan vívida que las emociones que van asociadas
a las imágenes mentales y verbalizaciones son en la mayoría de los
casos tan intensas como si estuvieran ocurriendo en el mundo real. De
forma que una persona que se encuentra constantemente preocupada por las
consecuencias negativas de casi cualquier conducta que él/ella o sus
allegados llevan a cabo, psicológicamente también está viviendo las
emociones y el malestar asociados.
La realidad es que se trata de una elección personal, (lógicamente
influida por aprendizajes previos, fundamentalmente por modelado), el
individuo decide anticipar las consecuencias negativas antes que
imaginar las positivas o las neutras. Sin embargo, con el tiempo se
convierte en un hábito, de forma que los pensamientos (verbalizaciones e
imágenes) sobre preocupaciones aparecen de manera casi involuntaria
ante cualquier acontecimiento. Al tratarse de un hábito adquirido hace
que aparezca de manera apenas consciente, por lo que es posible que la
persona ni si quiera haya reparado en pensar que existe otra forma de
interpretar la realidad o que la elección de imaginar siempre la
consecuencia negativa le lleva a un malestar psicológico constante que a
veces no es capaz de identificar ni de encontrar su origen. Pero el
hecho de tratarse de un hábito significa que existe la posibilidad de
modificarlo haciéndolo consciente. De mismo modo que podemos aprender a
imaginar consecuencias negativas, podemos aprender a imaginarnos las
positivas o las neutras.
La terapia psicológica
tiene como objetivo encontrar esos pensamientos automáticos que
aparecen en casi cualquier situación, analizarlos y cuestionarlos, así
como sustituirlos por otros más adaptativos desde el punto de vista de
la psicología y la salud mental. La cuestión es que si
podemos imaginar cualquier cosa y con ello provocar diferentes tipos de
emociones, ¿por qué quedarnos siempre con la imagen negativa y la que
nos produce malestar? En psicología clínica podemos
utilizar en un sentido terapéutico el gran poder de la mente humana para
imaginar y generar con ello emociones positivas.
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