martes, 11 de septiembre de 2012

Cómo prevenir el miedo a la oscuridad

Algunas pautas generales pueden ser útiles para evitar que los/as niños/as desarrollen miedo a la oscuridad:

- Hay que establecer unas rutinas a la hora de irse a dormir: juegos tranquilos en la hora anterior al momento de irse a la cama, evitar comidas pesadas y/o cercanas a la hora de dormir, rutinas de baño, lavarse los dientes, sentarse en el retrete y ponerse el pijama, acompañar unos minutos al niño antes de dormir para  proporcionarle sensación de seguridad, leerle un cuento o compartir alguna actividad tranquila y después marcharse.
- La habitación donde duerme el pequeño/a debe ser agradable para hacer incompatibles este tipo de emociones con el miedo.
- Para facilitar el sueño tranquilo no debe haber ruidos excesivos en torno a la hora de irse a la cama. El niño debe asociar la hora de dormir con un momento de tranquilidad y seguridad.
- La iluminación debe ser tenue para facilitar el paso de la vigilia al sueño. En caso de negativa por parte del niño se debe disminuir gradualmente la iluminación para lograr que se adapte progresivamente a la oscuridad.
- En cuanto a la temperatura, no debe ser ni demasiado elevada ni demasiado baja. Ambos extremos dificultan el sueño.
- Si el niño se despierta por la noche con pesadillas, acudir a tranquilizarle tratando de hacer que acabe por dormirse solo. El niño debe lograr autonomía en la rutina de dormir.
- Evitar el empleo del miedo como estrategia para que los/as niños/as obedezcan. Las amenazas de seres imaginarios pueden suponer un problema para él en los momentos que tenga que enfrentarse solo a sus miedos.
- Dedicar tiempo a juegos de acercamiento a la oscuridad: el escondite, la gallinita ciega, sombras en la oscuridad, etc. Esto facilitará que se enfrente a ella con sentimientos agradables que impiden la aparición del miedo.
- Realizar actividades que impliquen enfrentarse a la oscuridad: ir al cine, pedir al niño que entre en una habitación a oscuras, etc. De esta manera naturalizamos estas situaciones y evitamos que el niño imagine la presencia de peligros irreales.
- Evitar la transmisión de información sobre monstruos y peligros variados en lugares oscuros de la casa.
- Tratar con naturalidad los ambientes oscuros: cuando se va la luz, cuando hay tormenta, etc. Muchos de los miedos de los niños se transmiten en las reacciones de los adultos.



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lunes, 10 de septiembre de 2012

Pautas para superar el miedo a la oscuridad

Pautas para superar el miedo a la oscuridad- El psicólogo infantil debe elaborar junto con el niño/a una jerarquía de miedos donde se gradúe la intensidad del malestar que provoca cada situación al niño. Emplear miedómetros.
- Se debe utilizar la imaginación cuando el niño no quiere aproximarse a las situaciones de oscuridad que le dan miedo, creando relatos con personajes conocidos y situaciones tranquilizadoras (una playa, un campo de trigo, etc).
- Cuando los niños son muy pequeños el psicólogo infantil puede utilizar escenificaciones de las situaciones de afrontamiento, con disfraces de sus personajes favoritos.
- También se pueden utilizar vídeos, fotografías, y material audiovisual que facilite la credibilidad y aumente la viveza del relato o la escenificación.
- Cuando sea posible utilizar modelos que sienten el mismo miedo a la oscuridad que el niño y ver cómo lo afrontan. Pueden ser hermanos o amigos y emplearse grabaciones en vídeo de otros niños o personajes que superan el miedo a la oscuridad.
- El psicólogo infantil deberá dar información al pequeño sobre la ausencia de peligro al permanecer en un lugar oscuro (¡siempre que sea cierto!).
- También debe dar instrucciones al niño sobre cómo debe actuar cuando se encuentra a oscuras: caminar despacio, con las manos extendidas para poder tocar los objetos cercanos y no tropezarse, etc.
- Repetir frases que motiven al niño a la hora de acercarse a la oscuridad como "eres un valiente", "puedes hacerlo", etc.
- Preparar al niño/a antes de acercarse a la escena oscura empleando la relajación infantil cuando se encuentre muy nervioso. Será necesario entrenarle previamente para que pueda relajarse cuando lo necesite.
- Para dar mayor tranquilidad al niño el psicólogo infantil puede utilizar elementos de seguridad como proporcionarle una pequeña linterna que lleve consigo en la situación de oscuridad, o una luz tenue que permanezca encendida.
- Inventar juegos que resulten atractivos a los pequeños para facilitar que se acerquen a la situación de oscuridad. Por ejemplo, el escondite de los valientes, donde los/as niños/as reciben premios (elogio verbal, cromos...) por encontrar sitios oscuros.
- Tratar de generar en el niño/a emociones diferentes al miedo e incompatibles con este como pueden ser la alegría o el enfado, o la sensación de seguridad de estar con personas que le protegen. Algunas veces también se emplea la comida para provocar reacciones contrarias al miedo.
- El psicólogo infantil puede enseñar al niño mediante un entrenamiento a decirse a sí mismo mensajes positivos (autoinstrucciones de afrontamiento) como "soy un valiente", "yo puedo hacerlo" o incluso "la oscuridad es un lugar divertido". Estos mensajes serán diferentes en función del momento de exposición: preparándose para acercarse deberá decirse a sí mismo mensajes como "ya sé cómo relajarme"; cuando se encuentra en la escena que le da miedo puede decir "este lugar oscuro no es peligroso, muchos niños se van a dormir a oscuras y no les pasa nada"; después de afrontar la situación puede decirse a sí mismo mensajes de ánimo como "¡he podido hacerlo yo solo!" o "no era para tanto", "tengo que contárselo a mamá".
- Una vez hemos logrado que el pequeño se acerque a la situación de oscuridad y supere su miedo, el psicólogo infantil puede proponerle un sobreaprendizaje mediante juegos. Por ejemplo, le pedimos que permanezca en una habitación oscura durante un tiempo determinado. Mientras se encuentra dentro, le damos mensajes de ánimo del tipo "llevas ya 5 minutos", "sólo tienes que continuar un poco más". Cuando decide finalizar, tanto por sí mismo como si ha transcurrido el tiempo acordado, se le felicita enérgicamente "¡eres un campeón!" e incluso se le dan premios acordados previamente como cromos, chucherías, etc. También se pueden utilizar puntos intercambiables por premios (golosinas, pegatinas, etc).

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Miedo a la oscuridad. Tratamiento psicológico

Cualquier tratamiento psicológico infantil comienza con una evaluación detallada del problema del pequeño. En el caso miedo a la oscuridad necesitamos saber las características concretas que rodean a la situación temida por el niño o la niña. En ocasiones puede ocurrir que el pequeño oculte su miedo para parecer valiente delante de otras personas. En otros casos puede ser al contrario, los niños mantienen que sienten miedo delante de sus padres para obtener algún beneficio, por ejemplo recibir atención (los padres están más pendientes o son más cariñosos con él porque tiene miedo, se quedan junto a él antes de ir a la cama...) u obtener privilegios (a Carlos le dejan irse a dormir más tarde porque tiene miedo a la oscuridad).

Miedómetro. Evaluar la intensidad del miedo infantil Quitando estos casos, el siguiente paso es conocer en detalle la situación temida por el niño o la niña así como su reacción y la del entorno ante ella. El psicólogo infantil utilizará la entrevista con el niño, con los padres, los autorregistros (fundamentalmente los "miedómetros"; estos sirven para registrar la intensidad del miedo del niño/a, pueden elaborarse con imágenes sencillas que el pequeño/a identifica con distintos grados de malestar y se utilizará para valorar cuánto miedo le genera cada situación) y la observación (acudir al colegio y observar la conducta del niño/a, hacer pruebas en la consulta con las luces apagadas para ver cómo reacciona) como herramientas básicas para conocer cuáles son las reacciones del niño/a ante la oscuridad (llora, grita, sale corriendo, pide ayuda, etc), y las condiciones que rodean a ésta (qué pasa si está acompañado, si está en la calle o en casa, si hay ruidos, si hay variaciones durante el curso académico o en vacaciones, qué sucede si se encuentra en una casa desconocida, etc), así como la conducta de las personas que se encuentran junto a él (le consuelan, le sacan de la situación, le ignoran, etc).

Una vez obtenida toda esta información, el psicólogo infantil elabora un plan de tratamiento que tendrá variaciones en función de las características del miedo del niño/a, y se irá revisando según los objetivos que se vayan alcanzando. El objetivo del tratamiento es que el/la niño/a se acerque a la situación que le causa miedo y pueda comprobar que no ocurre nada malo.

Jerarquía de miedo a la oscuridadEl tratamiento psicológico implica en primer lugar elaborar una jerarquía de las situaciones que teme el pequeño/a, que es una lista de pasitos de aproximación a ella en función del grado de malestar que le provocan. Aquí se empleará la información del miedómetro, de manera que cada situación irá asociada a una carita señalada previamente por el niño; esta nos dirá el grado de malestar que siente cuando se encuentra en ella. Pueden construirse jerarquías temáticas graduadas, por ejemplo, una jerarquía sobre la situación "ir al cine" (esta incluye varias escenas y cada una de ellas lleva asociada una carita del miedómetro señalada por el niño/a). El psicólogo infantil debe lograr que el niño vaya exponiéndose poco a poco a cada una de las escenas incluidas en ella. Es necesario repetir la exposición a cada escena varias veces, hasta que el pequeño reduzca su miedo. Puede practicarse en casa con ayuda de los padres y otros adultos o en el colegio con el apoyo de los profesores.

El psicólogo infantil también puede emplear la imaginación de forma complementaria, o como alternativa en aquellos casos en los que el niño/a se niegue a acercarse progresivamente a la situación de oscuridad. Pueden relatarse cuentos en los que un personaje conocido siente el mismo miedo que él y se va acercando poco a poco hasta superarlo. Para aumentar la viveza y la credibilidad se puede complementar con fotografías de sitios oscuros, vídeos donde pueda observar cómo actúan otros niños/as, etc.

Otra técnica muy útil para ayudar superar los miedos infantiles consiste en crear relatos emocionantes para los/as niños/as, donde se van introduciendo de manera gradual las escenas de la jerarquía del miedo. De esta forma el psicólogo infantil trata de contrarrestar la emoción de miedo con otra emoción positiva generada en el relato (Lazarus y Abramovitz, 1962). Cuando los niños son muy pequeños pueden incluso escenificarse los relatos para hacerlos aún más reales para ellos. De esta manera se pueden utilizar disfraces de sus personajes favoritos (Superman, Spiderman, etc) para generar emociones positivas de valentía que se opongan al miedo.

Ver pautas generales para ayudar al niño a superar el miedo a la oscuridad.


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Carlos, un niño con miedo a la oscuridad

"Carlos tiene cinco años y acude con sus padres a la consulta del psicólogo infantil debido a su miedo a la oscuridad. Sus padres cuentan que el niño siempre ha sido muy miedoso. Desde muy pequeño tenían que acompañarle a la cama todas las noches y dejar la luz encendida para que se durmiera. Alguna vez intentaron hacerlo con la luz apagada pero el niño se ponía tan nervioso que los padres preferían ceder ante sus peticiones. Comenzaba a llorar y a gritar con tal intensidad que su cara se enrojecía de furia. Hasta que no encendían la luz aquella reacción no cesaba. 

Si el niño se despertaba por la noche y veía que las luces estaban apagadas su reacción era similar. En alguna ocasión le han intentado quitar importancia, acudiendo a calmar al niño y diciéndole que no pasaba nada y que se quedarían con él hasta que se durmiera. Pero esto lejos de tranquilizarlo hacía que su rabieta se intensificara más, por lo que han decidido dejar la luz encendida.

Carlos, un niño con miedo a la oscuridadCarlos es un niño bastante dócil, según afirman sus padres, sin embargo estos reconocen que alguna vez cuando el niño desobedece o se pone caprichoso, ellos le recuerdan que si no se porta bien vendrá el monstruo de la oscuridad.

Jaime, hermano mayor de Carlos, con sus ocho añitos es consciente del miedo de este y cuando están jugando y quiere conseguir algo de él, amenaza con apagar las luces para que vengan los monstruos. Ante esta situación Carlos se pone en tensión y llora, cediendo ante las peticiones de su hermano. A Jaime todo esto le resulta muy divertido, y últimamente juega a encerrarlo en el baño con las luces apagadas. En este momento y ante los gritos de Carlos, acude su madre a rescatarlo de la oscuridad, lo que alivia a este de sus miedos.

El padre de Carlos reconoce que él de niño también tenía miedo a dormir a oscuras y en alguna ocasión se lo ha comentado a su hijo, con la idea de que este viera que su padre también era miedoso de pequeño y quizá esto le tranquilizara.

El último episodio ocurrió cuando acudieron al cine a ver una película de unos dibujos que a Carlos le resultaban muy interesantes. Sus padres cayeron en la cuenta de la oscuridad de la sala, aunque pensaron que al tratarse de una actividad muy divertida para su hijo, este olvidaría sus temores. Además, se les ocurrió que quizá sería una buena oportunidad para que Carlos dejara de sentir miedo y empezara a madurar. Cuando entraron en la sala las luces estaban encendidas y no hubo ningún problema. Todo empezó a torcerse en el momento en que se apagaron. Carlos empezó a gritar y a llorar desconsolado diciendo que tenía miedo y quería salir de allí. Su madre intentó tranquilizarlo distrayéndole y recordándole sus personajes favoritos, pero él parecía no escuchar. Finalmente tuvo que salir de la sala con el niño, que no se calmó hasta que no llegaron a una zona iluminada. Se marcharon a casa sin ver la película.

Los padres están cada vez más preocupados porque ven que su hijo empieza a tener problemas por este miedo, que al principio parecía poco importante. Antes pensaban que sería algo de la edad y que acabaría por desaparecer. Sin embargo, lejos de esto, parece que el problema está empeorando y cada vez limita más las actividades que puede hacer su hijo. Una amiga de la familia les ha comentado que deberían acudir a un psicólogo infantil a consultar. Se preguntan si les pueden dar algunas pautas sobre cómo actuar para ayudar a su hijo o si hay algún tratamiento psicológico para niños con miedo a la oscuridad".

Ver tratamiento



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viernes, 7 de septiembre de 2012

Miedos en la infancia

Terapia psicológica infantil para los miedos infantilesLos niños experimentan miedos diversos a lo largo de su desarrollo evolutivo. La mayoría de ellos son pasajeros y tienen a desaparecer con el tiempo. El miedo es una fuente más de experiencias para el niño y tiene en estos casos una función adaptativa: protegerle de peligros reales. 

A los pocos meses del nacimiento los niños empiezan a identificar figuras familiares. Esto hace que aprendan a diferenciar lo conocido de lo que no lo es, y comienzan a sentir miedo por los extraños. Además, los niños también reciben influencia externa acerca de aquéllo a lo que deben temer, muchas veces con intención de protegerles y otras menos acertadas como estrategia educativa. Un ejemplo del primer caso sería cuando el adulto impide que el bebé se acerque a un enchufe. Se trata de una conducta de protección. El segundo caso ocurre cuando empleamos el miedo como recurso para hacer que los niños obedezcan ("si no te vas a la cama pronto va a venir el monstruo"). Las consecuencias negativas de este tipo de actuaciones son mayores de lo que podemos imaginar en un principio, ya que podemos estar generando fobias a múltiples situaciones y educar a los pequeños en el miedo y la alerta constante. Por tanto, emplear el miedo como estrategia educativa está totalmente desaconsejado.
De este modo el miedo tiene una funcionalidad siempre que cumpla unas condiciones: que sirva para proteger al niño y no sea excesivo o desadaptativo. Un miedo es excesivo cuando lleva al niño a asustarse ante objetos, personas o situaciones que no entrañan un peligro real. Por ejemplo, cuando no es capaz de permanecer a oscuras al irse a dormir, o no puede separarse de sus figuras de apego, etc. Decimos que el miedo es desadaptativo si la intensidad o la duración es tan amplia que impide o dificulta el desarollo normal del niño. Por ejemplo, el niño puede sentir cierta angustia cuando comienza a acudir a la escuela. Si este malestar permanece en el tiempo puede llegar a bloquearle de manera que no quiera ir o lo haga sufriendo una gran variedad de síntomas (dolores de cabeza, sudores, molestias en el estómago, etc).
Por tanto, debemos estar atentos a las características de estos miedos infantiles para saber si es necesario pedir ayuda a un psicólogo infantil. A cada edad es característico que aparezca una fuente de miedo más frecuente, formando parte del desarrollo evolutivo normal del niño y que se relaciona con el contenido de su experiencia habitual. Por ejemplo, durante los dos primeros años de vida los niños suelen temer a los ruidos intensos, a los extraños, a la oscuridad. Hasta los 5 años sienten más temor por el daño físico, manteniéndose el miedo a los extraños. En los primeros años de escolarización comienza el miedo a los seres imaginarios y a la propia escuela. En la adolescencia los temores más característicos son aquéllos referentes a las relaciones sociales y al aspecto físico (Méndez, 2010).
En función de las características mencionadas anteriormente podremos hacernos una idea de si el miedo que experimenta el niño es apropiado para su edad, si es excesivo o si le impide llevar una vida normal y desarrollarse adecuadamente. Consultar a un psicólogo infantil puede ayudar a detectar tempranamente el inicio de un problema relacionado con el miedo y seguir unas pautas que eviten su cronificación. Estas pautas deberán adaptarse a las dificultades de cada caso en particular y a las necesidades del niño. Los padres tienen un papel muy relevante a la hora de ayudar al niño a superar sus temores, y trabajarán de manera conjunta con el psicólogo infantil.



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miércoles, 5 de septiembre de 2012

TDAH. Cómo manejar la impulsividad

La impulsividad es un síntoma que aparece con frecuencia en niñas y niños con déficit de atención e hiperactividad (DSM-IV TR, 2000), aunque pueden aparecer conductas de este tipo en otros niños. Cuando una niña o un niño tiene este problema le cuesta esperar turno, habla interrumpiendo a los demás, es incapaz o tiene dificultades para esperar un premio demorado en el tiempo, etc. En definitiva, se trata de un problema para esperar, para regular la conducta en función de objetivos a medio o largo plazo, buscando siempre el premio o el resultado inmediato.

Terapia psicológica infantil. Déficit de atención e hiperactividad. Cómo manejar la impulsividad.Esta habilidad para el autocontrol puede mejorarse gracias a un entrenamiento adecuado con la ayuda de un psicólogo infantil. Muchos niños no son capaces de regular su comportamiento porque han aprendido que los resultados se pueden obtener siempre de manera inmediata. El entrenamiento consiste en ir aumentando los tiempos de espera de forma progresiva, siempre desde una perspectiva positiva y premiando los logros alcanzados. Pongamos el ejemplo de un niño que inicialmente espera aproximadamente un minuto para hablar o hacer una pregunta en el aula, interrumpiendo al adulto o a otro/a compañero/a. Si el pequeño consigue hablar transcurridos dos minutos, se premiará que lo haga porque ha aumentado el tiempo de espera. De forma sucesiva se irá aumentando el tiempo requerido para conseguir el premio (este puede consistir en un elogio verbal delante de sus compañeros, una tarjeta con una imagen de un premio que utilice el profesor, un punto acumulable para intercambiar por premios acordados, etc). También podemos establecer un premio adicional cada vez que la intervención del niño se dé en un momento de silencio del discurso, es decir, sin interrumpir al que habla.

Terapia psicológica infantil. Déficit de atención e hiperactividad. Señales para manejar la impulsividadPara facilitar este proceso de espera, se le puede proporcionar un papel donde escriba lo que quiere decir en voz alta o para dibujar o garabatear hasta que se le pueda atender. También puede conseguirse la atención esperando en una fila o dándole una nota al profesor, que este leerá cuando tenga ocasión (aumentando el tiempo de espera). Es útil emplear recordatorios visuales como por ejemplo un niño con gesto de silencio sobre la mesa del aula o en la pared, o una tarjeta que utiliza el profesor cuando el niño interrumpe. Si el niño ya ha interrumpido se puede hacer una señal para que sea consciente de que acaba de actuar de forma impulsiva. En este caso no se premiará su conducta, pero tampoco se castigará, simplemente dejará de recibir atención. El objetivo final es premiar el tiempo transcurrido hasta su intervención y la ausencia de interrupción del discurso de otros.

También se pueden hacer un entrenamiento en espera con otro tipo de conductas, guiado por un psicólogo infantil. Por ejemplo, se propone al niño realizar una tarea que suponga un esfuerzo (estar sentado cerca de unos juguetes sin poder acercarse a ellos, permanecer de pie o sentado mirando a un punto  fijo) durante un tiempo establecido, y se le da un premio tras lograr terminarla. El esfuerzo y tiempo dedicado a la tarea se va aumentando progresivamente para favorecer la capacidad de espera en el niño y su habituación a la situación. Se trata de entrenar la resistencia al aburrimiento y a la frustración, aumentando el autocontrol y la capacidad de espera del premio.

Una alternativa consiste en emplear simplemente el tiempo como forma de entrenamiento, de forma que el niño será consciente de que transcurrido cierto tiempo recibirá un premio, se le permitirá hablar o jugar, etc. Para este tipo de entrenamiento es necesario que el niño tenga conciencia del tiempo transcurrido.



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Déficit de atención. Cómo motivarles y mejorar la concentración

Es bastante frecuente entre niñas y niños con déficit de atención la aparición de problemas de aprendizaje (Carlson, 1986; Barkley, 1990), en algunos casos relacionados con la dificultad para prestar atención a las tareas escolares. Las distracciones frecuentes cuando realizan sus tareas o cuando están en el aula, pueden hacer que tengan más dificultades para alcanzar los objetivos escolares. Por ello resulta fundamental que el psicólogo infantil que detecte el problema de atención, valore también la posible existencia de trastornos del aprendizaje. A veces será necesario hacer un trabajo específico sobre la lectura y la escritura, las matemáticas, etc, en las áreas que el niño o la niña presente dificultades. En cualquier caso resultará de utilidad aplicar algunas pautas generales sobre cómo motivar a niñas y niños que presentan dificultades para concentrarse y mantener la atención, y conseguir que tengan más interés en su trabajo académico.

Por un lado es necesario simplificar las tareas, tanto en casa como en el aula, dividiéndolas en subtareas más sencillas que deberán realizarse de forma independiente. El objetivo de esto es lograr que el niño haga las tareas de una en una, obteniendo un premio lo más inmediato posible tras la realización de cada una de ellas. Además evitaremos que acabe por aburrirse y desista rápido, al poder alcanzar el premio más rápido (hay que premiar cada logro alcanzado, a veces con elogio verbal y recibir atención del adulto es suficiente). Por otro lado, cambiar de tarea cada cierto tiempo utilizando ejercicios cortos facilita la concentración. En tareas verbales (por ejemplo en problemas de Matemáticas donde se le pide al niño que haga varias operaciones consecutivas) el niño puede aprender a separar enunciados consecutivos según contenidos, ya que un problema que aparece con frecuencia es la lectura rápida y sin comprensión. Al segmentar enunciados estamos resaltando el contenido de cada uno de ellos de forma independiente y por lo tanto facilitando el procesamiento atencional.

El psicólogo infantil también puede emplear otras estrategias que pueden ser útiles en cualquier niño, siendo más necesarias en niños con problemas de atención, para lograr una mayor motivación e interés de este por sus deberes; se trata de fomentar que este trabaje con sus compañeros de clase, intentando aumentar la novedad y la creatividad de las tareas. Estas deben ser lo más variadas posibles, evitando así el aburrimiento; deben emplear diferentes tipos de estimulación (visual, auditiva, táctil) en cada ocasión para hacerlas más entretenidas, etc. Siempre se debe emplear una perspectiva positiva para aumentar la motivación, procurando premiar mucho cada logro alcanzado por pequeño que parezca (por ejemplo, por cada aumento en el tiempo de concentración), más que castigando la falta de éxito. El castigo favorecerá que el niño se sienta frustrado y cada vez más incapaz de mejorar su capacidad de concentrarse.


En cuanto al ambiente de trabajo, tanto en casa como en el aula, se debe alejar al niño o la niña de elementos distractores como ruidos, estímulos visuales que capten su atención, etc. En el aula el psicólogo infantil suele recomendar que el niño se siente cerca del profesor, para que éste pueda establecer una señal con él que le indique cuándo se ha distraído (a veces ellos mismos no son conscientes del momento en el que comienzan a distraerse) para que el niño se dé cuenta y vuelva a concentrarse. Si los distractores son más de tipo visual resulta más útil que el niño o la niña esté cerca del profesor/a. Sin embargo, si se distrae más con estímulos sonoros como ruidos puede ser problemático ya que la mayoría de las veces se producirán detrás de él y tenderá a darse la vuelta. Cuando la niña o el niño se distrae con sus propios pensamientos, estar junto a su profesor/a puede facilitar que vuelva a la tarea empleando el sistema de señales mencionado. Cuando se empleen señales y para lograr un mayor esfuerzo por parte del niño a la hora de mejorar la concentración también debe tenerse en cuenta la importancia de premiar cada pequeño logro que observemos, evitando castigar al niño por sus distracciones. Las señales también pueden emplearse en casa a modo de entrenamiento, y guiado por un psicólogo infantil, para favorecer del mismo modo la concentración. Un adulto puede trabajar con el niño haciéndole consciente de sus distracciones y fomentando que vuelva a su tarea. Estas señales pueden desvanecerse posteriormente y  de forma progresiva, cuando hayamos logrado que el niño mejore su capacidad atencional y la resistencia a distractores.



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jueves, 30 de agosto de 2012

Mi hij@ tiene problemas en los estudios

El bajo rendimiento escolar es uno de los motivos más frecuentes por los que madres y padres suelen pedir ayuda a un psicólogo infantil. Alcanzar unos resultados académicos adecuados depende de varios factores, algunos de los más relevantes pueden ser: la capacidad intelectual del niño o la niña, sus aptitudes en cada una de las áreas de trabajo en la escuela, la motivación que tenga por aprender, el estado emocional en que se encuentre, el conocimiento de estrategias útiles para el estudio y la disposición de un entorno adecuado.
Cuando nuestra hija o hijo manifiesta problemas académicos, el psicólogo infantil en primer lugar debe considerar los posibles factores que puedan estar influyendo para que esto ocurra. En muchos casos son los problemas emocionales los que hacen que los pequeños se vean limitados en su progreso académico. El psicólogo infantil tendrá que hacer una evaluación clínica de las dificultades que presenta el niño. Para ello hay que valorar si ha habido cambios importantes en el entorno que puedan explicar la falta de interés del niño por el estudio o que tenga su mente ocupada con emociones negativas. Por ejemplo, el nacimiento de un nuevo hermano, si este hecho conlleva la aparición de celos, dificultades con los compañeros de clase que le hagan sentirse enfadado o triste, cambio de colegio o de domicilio familiar, sentimiento de incapacidad ante las exigencias académicas, etc. No olvidemos que los niños también pueden verse afectados por los acontecimientos que suceden en su entorno y los pensamientos negativos o las etiquetas que utilizan en su lenguaje pueden llevarles a sentirse incapaces, así como las emociones negativas generadas por las dificultades con las que se encuentran. También pueden aparecer problemas clínicos más específicos como miedos, fobias, ansiedad, etc, que el psicólogo infantil valorará para ofrecer un tratamiento adecuado en caso necesario. Si la causa del retraso académico está más relacionada con otro problema anterior, será necesario tratar este previamente para permitir que el niño posteriormente mejore su rendimiento académico.
En otros casos, puede ser el propio entorno cotidiano, familiar, social o escolar, el que limite las posibilidades de desarrollo del niño. Cuando damos por sentado que la obligación de los pequeños es estudiar y llevar a cabo sus tareas académicas podemos caer en el error de considerar que no es necesario premiarles por sus logros. Lejos de esta idea, los niños necesitan desarrollar una motivación adecuada hacia el estudio, para lo que es fundamental premiar cada avance que observemos por pequeño que nos parezca. Uno de las primeros problemas con las que se encuentran los niños cuando tienen que estudiar, es la dificultad para permanecer sentados durante un periodo de tiempo suficiente y concentrarse en la tarea que realizan. Esta habilidad es susceptible de entrenamiento, pero para ello hay que lograr una motivación suficiente, ya que requiere un esfuerzo importante. También es necesario mostrar interés de forma cotidiana por las tareas y obligaciones de los pequeños, revisando sus actividades y trabajos. Además, hay que ayudar a los niños a desarrollar el sentimiento de competencia, recompensando la superación de dificultades, su interés y su esfuerzo, siempre exigiéndoles en función de sus capacidades. Esto hará que su autoestima académica se vea fortalecida y de esta manera aumentaremos al mismo tiempo su motivación.
Otra cuestión importante a tener en cuenta tiene que ver con las aptitudes de los niños para las tareas escolares. En muchos casos de problemas con el rendimiento escolar el psicólogo infantil tendrá que hacer una evaluación psicopedagógica de las capacidades intelectuales del niño. El resultado de esta servirá para determinar el nivel de exigencia que debemos tener con respecto al pequeño, así como las aptitudes que hay que potenciar y entrenar, y aquéllas que tienen un funcionamiento más adecuado para apoyarse en ellas de cara al estudio.
Por último debemos mencionar que no todos los niños conocen las estrategias adecuadas para el trabajo académico, en cuyo caso será necesario enseñárselas. En cuanto a la metodología a seguir de cara al estudio, el psicólogo infantil trabajará con el niño no sólo estrategias memorísticas y de comprensión, sino también deberá adaptar estas a las capacidades de aquél (por ejemplo, priorizar contenidos verbales o espaciales, o estrategias más/menos visuales, o más/menos memorísticas, según los puntos fuertes y débiles en su capacidad intelectual). Por otro lado, será de gran utilidad el empleo de la modificación de conducta para mejorar la planificación y la organización del tiempo de estudio (periodos de estudio y descanso, orden de tareas según nivel de dificultad, contenidos y capacidades específicas del niño, tiempo de planificación, entorno adecuado y sin ruidos ni distractores, premios a emplear por cada logro concreto alcanzado, estrategias de motivación, etc).



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jueves, 23 de agosto de 2012

Pensamientos negativos: la depresión

La mayoría de las personas experimentan los efectos de los pensamientos negativos en algún momento (o en muchos) de sus vidas. Ante una discusión de pareja, problemas en el trabajo o con los hijos...etc, lo más habitual es que aparezcan pensamientos negativos. Si este tipo de pensamiento es común a todas las personas, ¿qué es lo que diferencia entonces a las que sufren trastornos depresivos de las que no los sufren? 

Desde las ideas iniciales del psicólogo A. Beck en los años sesenta, es conocido en psicología cómo las personas desarrollan trastornos depresivos a partir de su manera de pensar sobre lo que les sucede. Es decir, no se deprimen aquéllos/as que se encuentran con más dificultades en sus vidas, sino los que dedican más tiempo a pensar en cosas negativas.

Se trata de un estilo de respuesta ante los problemas conocido por los psicólogos como "rumiativo". ¿Y en qué consiste esta forma de reaccionar? Las rumiaciones depresivas son pensamientos repetitivos sobre los primeros síntomas de tristeza y sobre las posibles causas y consecuencias de ellos. Es decir, es una forma de pensar que consiste en repetir mentalmente el pensamiento negativo original (aquél que aparece de forma frecuente en la mayoría de las personas en una situación difícil o problemática). Las personas que sean capaces de distraerse de este tipo de pensamientos o quitarles importancia tienen menos probabilidades de desarrollar depresión. Sin embargo, aquéllas que dediquen más tiempo a pensar cosas negativas es más probable que acaben por tener un trastorno depresivo con todos sus síntomas. En este punto no es difícil entrar en un círculo vicioso de tristeza, falta de motivación para hacer cosas y reducción de estímulos positivos, que hacen que la tristeza aumente más aún.
De hecho, una de las más conocidas terapias psicológicas de tipo cognitivo (la de A. Beck), es decir, centradas en los pensamientos, trabaja desde varios focos de intervención y con diversos objetivos: aumentar las actividades que realiza la persona para lograr un que tenga acceso a más estímulos positivos, y de esta manera mejorar la motivación; otro foco de trabajo, generalmente en paralelo, consiste en modificar los pensamientos negativos, que suelen ser excesivos, exagerados y distorsionados (las personas con depresión dan más importancia a interpretaciones exageradamente catastróficas sobre lo que les pasa). 

Por tanto, en lo que respecta a los pensamientos de las personas con depresión, el psicólogo debe trabajar por un lado en la modificación de la forma de los pensamientos (es decir, hacerlos más realistas y objetivos, menos catastróficos) y por otro lado en su contenido (lograr que la persona dedique menos tiempo a sus pensamientos negativos y más a los positivos).



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miércoles, 22 de agosto de 2012

Problemas de atención y concentración

Algunos niños y niñas tienen problemas a la hora de concentrarse en determinadas tareas. En general suele ocurrir que se aburren pronto, mantienen la atención por periodos de tiempo muy breves, se distraen con cualquier estímulo que aparezca a su alrededor o incluso con sus propios pensamientos e imágenes mentales, etc. Cuando son muy pequeños este hecho puede pasar desapercibido, sin embrago el problema comienza cuando inician la escolarización. Una de las primeras exigencias que se les hace a los niños en la escuela es la de permanecer sentado realizando tareas sobre una mesa. Para ello, a cada edad se les va a requerir una capacidad de atención determinada, que irá aumentando de manera progresiva. Un niño que tiene dificultades para permanecer concentrado conforme a las exigencias académicas, es muy probable que se distraiga con otros estímulos del aula, que distraiga a sus compañeros, o incluso a veces que permanezca en el aula absorto en sus pensamientos.

En psicología se ha hablado de varios factores que pueden predisponer a los niños y jóvenes a este tipo de problemas. Desde factores constitucionales hasta otros de influencia claramente ambiental. Lo que está claro es que la capacidad de atención y concentración es algo que puede entrenarse con la ayuda de un psicólogo. El modo de hacerlo será diferente en función de la edad y las necesidades del niño o la niña. Para conocer la amplitud de sus dificultades es necesario hacer una evaluación psicopedagógica de la atención y otras aptitudes mentales. Lo más adecuado es planificar una intervención psicológica en función de los resultados obtenidos en las pruebas de aptitudes, para adecuar el trabajo de atención y concentración a sus necesidades específicas. Además, debemos tener en cuenta que estos niños y jóvenes suelen tener otros problemas psicológicos asociados, muchas veces derivados de sus dificultades de atención (problemas académicos, problemas de comportamiento en el aula, problemas de autoestima al ver que no alcanzan los logros académicos, dificultades de aprendizaje, etc) y que también pueden requerir la ayuda de un psicólogo infantil

Por otro lado, la edad del niño es importante para conocer qué aspectos son prioritarios a la hora de trabajar con él. Por lo general este tipo de problemas suelen manifestarse desde la infancia y con la escolarización como hemos dicho anteriormente, aunque en muchos casos pueden pasar desapercibidos hasta la preadolescencia, cuando las exigencias académicas son mucho mayores. Hay niños que pueden compensar su dificultad de atención mediante otras aptitudes que posean, y esto hace que a veces no se detecte el problema hasta una edad más avanzada. En cualquier caso el trabajo que puede hacer un psicólogo con el adolescente o preadolescente también le ayudará a mejorar su capacidad de concentración, planificación y organización, ya que estas son áreas que también suelen verse afectadas. Además, las necesidades e intereses de los jóvenes serán diferentes que las de los más pequeños y por ello en la labor del psicólogo es importante tenerlo en cuenta.



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Las niñas y los niños hiperactivos


El Trastorno por déficit de atención e hipeactividad (TDAH) se caracteriza según el DSM-IV (manual de referencia en psicología clínica y en psicología infantil), por varios grupos de síntomas, si bien no todos ellos tienen por qué darse en todos los casos. Estos síntomas incluyen por un lado el déficit de atención y por otro la hiperactividad-impulsividad. Deben permanecer durante un periodo continuado de al menos 6 meses, y además la aparición de al menos algunos de ellos ocurre antes de los 7 años de edad. Según el predominio de un grupo u otro de síntomas se establecerá el subtipo de TDAH (con predominio de déficit de atención, con predominio de hipeactividad-impulsividad o de tipo combinado).

Niños inquietos ha habido siempre y sin embargo ahora se establece este diagnóstico con mucha mayor frecuencia que en otros tiempos. Pero, ¿cómo saber si un niño sufre TDAH o no? Desde la orientación de Psicología Cognitivo-Conductual no es tan relevante la etiqueta que supone establecer el diagnóstico de TDAH. Es más, el propio diagnóstico puede tener efectos negativos en los niños por el mero hecho del etiquetado social y las connotaciones negativas que se le asocian (percibirse diferente a los otros niños y niñas, ser percibido diferente por los demás, la justificación de muchas de las conductas del niño en función de la etiqueta, dando por supuesta la estabilidad de la misma y la imposibilidad del cambio, etc).

Sin embargo, desde la Psicología Infantil, especialmente en el campo de la Modificación de Conducta, se considera fundamental tener claras cuáles son las dificultades específicas y las conductas problemáticas que puede tener una niña o un niño con estas características. Es más, estas dificultades a nivel de conducta son las que se van a trabajar desde la terapia psicológica infantil. Por lo tanto, será necesario hacer una evaluación detallada de estas conductas y las repercusiones que tiene a todos los niveles en el niño y en su entorno. Para ello se emplean pruebas de atención, observaciones y registros de conducta (si es excesiva para el ambiente o no se adapta al mismo, si el niño responde sin pensar o antes de leer/escuchar la pregunta completa, etc).

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martes, 21 de agosto de 2012

El niño con miedo a hablar

Algunos niños tienen dificultades para hablar con desconocidos o con personas que están fuera de su ámbito más cercano, ya sean otros niños o niñas o adultos. Puede ocurrir que, tras una evaluación por un psicólogo infantil, se observe que estas dificultades no concuerdan con su capacidad para hablar o con el nivel de desarrollo alcanzado en su lenguaje y habla. De hecho, estos niños suelen hablar de manera adecuada a su edad con sus padres, hermanos y/o otras personas cercanas.

El problema tiene más que ver con la ansiedad o el miedo, o incluso la timidez, que con una alteración en el desarrollo del lenguaje. De hecho, lo que le está sucediendo al niño se puede explicar por el aprendizaje de la ansiedad asociado a las situaciones de comunicación con algunas personas. Esta ansiedad no aparece con las personas cercanas porque el niño se siente tranquilo en estas situaciones. Sin embargo, cuando tiene que interactuar con personas nuevas, a veces incluso con los profesores del colegio, experimenta una ansiedad tan grande que llega incluso a bloquearse.

Desde el entorno, los adultos suelen angustiarse al observar que el niño sufre cada vez que tiene que comunicarse. Esto hace que cada vez se les exija menos en las situaciones de comunicación y habla, es decir, no se le pide que hable o en cuanto aparece algún signo de ansiedad se le permite que escape de la situación (por ejemplo, en clase alguien responde por él, se pregunta a otro niño, los adultos pueden responder por él) o directamente se evita la situación (el adulto no se dirige al niño en la conversación y no le hace preguntas directas para evitar que sufra al tener que responder). El niño por lo tanto, lejos de mejorar, lo que hace es evitar cada vez más situaciones en las que debería hablar (y aprender a interactuar con otros), por lo que no tendrá la oportunidad de tener experiencias de éxito en las que él mismo observe que es capaz de hablar igual que otros niños.

De hecho, el tratamiento psicológico con los niños con miedo a hablar consiste en crear de manera artificial o buscar situaciones naturales en las que este pueda tener experiencias de éxito en la conducta que le genera ansiedad, que es hablar. Además es necesario que el psicólogo infantil trabaje con padres y educadores, para que permitan al niño y faciliten que se den estas experiencias de éxito. En muchas ocasiones, las personas del entorno llevan a cabo conductas que limitan las posibilidades de hablar del niño o le facilitan la evitación de las mismas; esto sucede por ejemplo, cuando responden por él ante las preguntas de otras personas, cuando disminuyen el nivel de exigencia de habla al niño al ver que este sufre, etc.

Por ello es importante la guía de un psicólogo infantil, que haga una evaluación muy detallada de las dificultades específicas del niño y de las situaciones en las que se da el problema, para que pueda trabajar tanto con el niño como con el entorno, modificando las conductas de ambos.

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Modelos de aprendizaje: influencia sobre la conducta de los niños

A la hora de educar a nuestras hijas e hijos debemos tener en cuenta no sólo los valores que transmitimos de manera verbal e intencionada sino también toda la información que les hacemos llegar por otros métodos más sutiles, a veces sin nosotros se conscientes de ello. Hablamos de un tipo de aprendizaje que en muchos casos tiene más efectos que el aprendizaje directo, conocido en psicología como aprendizaje observacional o modelado.

Según la psicología y la modificación de conducta, el aprendizaje por modelado sigue las mismas reglas que otros tipos de aprendizaje, siendo la única diferencia el individuo sobre el que recae el premio o castigo que se aplica (o la ausencia de ellos). De este modo, en el aprendizaje directo se premia o castiga al individuo que queremos que modifique su conducta; mientras que en el modelado el premio o castigo se aplica sobre otro individuo, el modelo, por lo general de características similares a aquél.

Existen muchas variables que influyen a la hora de provocar cambios en la conducta por efecto del modelado. Algunas de ellas son similares a las que actúan en el aprendizaje directo, por ejemplo, la inmediatez de la consecuencia (premio, castigo, ausencia de premio o ausencia de castigo) con respecto a la conducta que se quiere aumentar o disminuir,  la contingencia (es decir, la probabilidad de que se dé la consecuencia positiva o negativa tras la conducta), la adecuación del tipo de consecuencia empleada a la conducta a premiar o castigar (si el castigo o el premio es o no es excesivo para esa conducta), etc. Todas estas variables se pueden modular, y de hecho es lo que suele hacerse en la terapia psicológica infantil para eliminar las conductas inadecuadas de los más pequeños y aumentar las adecuadas.

Otras variables tienen que ver con el tipo de conducta problemática sobre la que queramos intervenir. Por ejemplo, si queremos ayudar a una niña o a un niño a superar un miedo o una fobia, la similitud del modelo, es decir, la persona que actúa como tal, en cuanto a su capacidad de afrontamiento, es de gran relevancia. En terapia psicológica infantil es conocida la mayor eficacia de los modelos de afrontamiento sobre los modelos de maestría, es decir, se obtienen mejores resultados cuando estos comienzan mostrando el mismo nivel de habilidad (o falta de ella) que el individuo a entrenar (o lo que es lo mismo, al principio muestran el mismo miedo que él). Esto hace referencia a la importancia de observar, a la hora de enfrentarse a una fobia, un miedo o ansiedad ante una situación, a otros niños y/o adultos que tengan las mismas dificultades y acaben superándolo. Como ejemplos de ello existen múltiples situaciones en la vida diaria que pueden resultar terapéuticas para ayudar a un niño a enfrentarse a su miedo, y que el psicólogo infantil emplea para potenciar los efectos del tratamiento.

Otro aspecto relevante que explica por qué los niños aprenden de modelos, tiene que ver con las características personales de estos (edad, curso escolar, nivel intelectual, etc). En general los niños tienden a imitar a otros niños que consideran similares a ellos o con los que se identifican, adultos que son para ellos de referencia en algún sentido (pueden actuar como modelos los padres, otros niños, familiares, educadores, entre otros), etc.


El aprendizaje por observación explica también por qué cuando padres y madres transmitimos verbalmente a nuestros hijos un modelo de conducta y posteriormente observan otro diferente en nuestro comportamiento, se hacen conscientes de la contradicción, siendo más probable que repitan la conducta observada que la expresada verbalmente. Un ejemplo claro de ello es cuando empleamos un tono de voz elevado para pedir que bajen la voz. Es más probable que se produzca el modelado de la conducta no verbal que de la verbal, es decir, acabarán por hablar en un tono elevado. De hecho el modelado es un tipo de aprendizaje con gran influencia sobre las habilidades sociales. Gran parte de las conductas que emiten los niños en situaciones sociales son aprendidas a través de la imitación de otros. Aquellas que se observen como exitosas en las relaciones sociales se repetirán, mientras que las que tengan consecuencias negativas dejarán de llevarse a cabo.

Otro ejemplo sería cuando pronunciamos palabras tranquilizadoras ante algo que nos da miedo, por ejemplo un perro, contradictorias con nuestra comunicación no verbal al alejarnos de él. Nuevamente, es más probable que en el futuro el pequeño se aleje del perro (aprendizaje por modelos) a que actúe con calma ante él.

En resumen, podemos decir que el niño aprende cuáles son las conductas adecuadas e inadecuadas a través de la observación de modelos, ya sea para superar sus dificultades, afrontar situaciones, aprender normas de actuación en situaciones interpersonales (por ejemplo, cómo saludar a un desconocido o cómo pedir ayuda), facilitar conductas que se encuentran inhibidas (por ansiedad, miedo, timidez), aprender nuevas conductas (cómo abrir una puerta o encender un ordenador), etc.

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Comunicación interpersonal: la empatía, entender a los demás

Para tener unas relaciones interpersonales satisfactorias es fundamental saber comunicarnos con los demás. Esta comunicación implica ser capaces de entender a los otros, así como hacernos entender. Esto que puede parecer una tarea sencilla, en muchos casos se trata de una de las labores más complejas de las relaciones humanas. La ausencia de un entendimiento adecuado puede perjudicar enormemente nuestras relaciones, dando lugar a malentendidos rodeados eso sí, de las mejores intenciones por ambas partes.

A todos nos ha pasado alguna vez que hemos querido dar un consejo a alguien que está pasando por un mal momento y parece que este no ha sido bien recibido. Incluso sucede cuando el mensaje pretendía transmitir nuestra mejor intención y el ofrecimiento de ayuda hacia el otro ante sus dificultades. A veces también nos cuesta entender este rechazo porque pensamos que se trata de un buen consejo y creemos tener la certeza de que se trata de la decisión más óptima que “debería” o creemos que debería tomar la otra persona.

Sin embargo, para llegar a comprender mejor al otro deberíamos en primer lugar, tratar de entender el mundo desde su visión (“ponernos sus gafas para ver el mundo”), y sólo entonces podremos ser capaces de responder a sus necesidades y si el otro lo requiere, aconsejarle. Hablamos de aquél aspecto tan relevante de la comunicación que llamamos empatía. Esta se ha definido en múltiples ocasiones como la capacidad de ponernos en el lugar del otro y en última instancia de ello trata, aunque cabría especificar con mayor detalle. La empatía es una habilidad interpersonal fundamental que implica no sólo ponerse en el lugar del otro, sino además la capacidad de sentir e interpretar el mundo del mismo modo en que lo hace aquél. Para ello es necesario en primer lugar trasladar nuestra experiencia a la de la otra persona; de hecho, el error más frecuente suele darse cuanto tratamos de interpretar las experiencias de los demás desde nuestra propia visión. La única manera de alcanzar esa empatía es interpretando el mundo de la otra persona tal y como lo haría ella, para de esta manera poder comprender sus sentimientos y a veces incluso sentirlos.

Además, es necesaria una buena dosis de aceptación de la situación y del sentir del otro, rechazando todo tipo de juicio que pueda venirnos de manera casi automática. La persona que nos cuenta su problema muchas veces no necesita otra cosa que expresar cómo se siente, percibiendo en quien le escucha esa aceptación de su malestar, carente de juicio. Cabe resaltar que la ausencia de juicio no implica que no tengamos una opinión sobre la situación, aunque hay que tener en cuenta que la otra persona no siempre quiera escucharla. Probablemente nuestro interlocutor ya ha pensado en todas las alternativas de actuación ante su problema, y los consejos que se nos ocurren a los demás no resultan novedosos. Si la otra persona desea conocer nuestra opinión es muy probable que nos lo haga saber; de no ser así, es casi seguro que necesita expresar lo que siente y ser escuchado sin más. Por tanto, la empatía es una habilidad que requiere una gran capacidad de escucha, sabiendo para ello hacer las preguntas apropiadas y evitando dar consejos no solicitados por el otro.

Las personas con mayor grado de empatía son capaces de comprender los diferentes puntos de vista de muchas personas y entender los sentimientos de aquéllas ante las mismas situaciones. Si bien es cierto que llevar a nuestras espaldas una determinada experiencia nos hace más susceptibles de alcanzar un mayor grado de empatía con quienes la están viviendo, no resulta imprescindible que hayamos tenido esa vivencia para poder empatizar con ellos. De hecho uno puede haber vivido muchas situaciones diferentes pero no haber reflexionado sobre las diferentes formas de interpretarlas y sentirlas, por lo que no siempre tener más experiencias conlleva entender mejor a los demás. Para llegar a empatizar con diferentes personas en gran variedad de situaciones es necesario que en cada experiencia que tengamos (no necesariamente en situaciones excepcionales, sino también en nuestra vida cotidiana) entrenemos esta habilidad psicológica, tratando de comprender emocionalmente los distintos puntos de vista posibles. Para ello debemos comprender que nuestra manera de vivir las experiencias no es la única ni la más válida, sino que existen otros modos alternativos de entender las mismas situaciones, apoyadas en la existencia de diferentes esquemas mentales y emocionales; aspecto que enlaza directamente con la capacidad de aceptación de las vivencias ajenas y la ausencia de juicio hacia las mismas.

Al igual que sucede con otras habilidades interpersonales, la empatía puede trabajarse en una terapia psicológica encaminada a aumentar, entre otras aptitudes propias de las relaciones humanas, la sensibilidad interpersonal. Del mismo modo que existen diferencias individuales entre las personas en cuanto a la expresión espontánea (probablemente fruto de sus aprendizajes previos) de conductas interpersonales adecuadas, sucede lo mismo con la sensibilidad interpersonal y la habilidad para ponerse en el lugar de los demás (e interpretar y sentir el mundo del mismo modo que ellos). Quizá la falta de observación y reflexión acerca de los efectos de las conductas propias o ajenas sobre los sentimientos de otros, la ausencia de modelos que lo hicieran en sus aprendizajes previos, la ausencia de interés o dedicación a esta tarea, etc, sean argumentos susceptibles de explicar esas diferencias individuales.

La empatía por tanto, es una habilidad psicológica que nos ayuda enormemente en nuestras relaciones interpersonales. Podemos pensar en situaciones cotidianas, como el efecto que pueden tener nuestras conductas (aparentemente o desde nuestro punto de vista inofensivas y en absoluto malintencionadas) verbales y no verbales sobre los sentimientos de los demás, entender por qué algunos toman determinadas decisiones que no compartimos, por qué se sienten mal algunas personas ante circunstancias que a nosotros nos resultan triviales (por ejemplo los miedos de algunas personas en determinadas circunstancias), por qué nuestros hijos/as llevan a cabo conductas que nos parecen inadecuadas, o por qué alguien puede llegar a hacernos daño sin ser consciente de ello, entre otras.

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Emociones positivas

Muchas personas se preguntan por el modo en que surgen nuestras emociones positivas. En nuestra experiencia diaria podemos traer a la mente ejemplos de personas que viven continuamente experimentando alegría y felicidad, así como el caso opuesto, a saber, aquéllos que parecen vivir en un estado de eterna melancolía. Es más, las personas que gozan de salud mental son aquellas que experimentan emociones positivas en mayor medida. Este tipo de cuestiones nos llevan a plantearnos a debates ya clásicos en psicología acerca del origen de la conducta: ¿son estas emociones resultado de factores biológico-constitucionales que condicionan nuestras experiencias psicológicas? ¿o son más bien un tipo de experiencia factible de provocar mediante cambios en nuestro comportamiento?
Desde la psicología tradicional las emociones positivas han sido en gran medida olvidadas, en favor del estudio de la patología mental y las alteraciones de la psique. En la actualidad existe una corriente en psicología dedicada al estudio de esa parte positiva de nuestra mente, que cuenta con gran influencia también en las aplicaciones prácticas de la psicoterapia. Y es que hoy en día parece bastante claro en psicología clínica, que muchas personas que deciden acudir a un psicólogo pueden verse beneficiadas enormemente de la adopción de una perspectiva positiva en psicoterapia, en lugar de dirigir esta exclusivamente a los aspectos negativos de su experiencia.

A la mayoría de las personas nos gusta rodearnos de gente positiva, es decir, que experimente emociones positivas y sean al mismo tiempo capaces de contagiarlas. Las emociones son un tipo de sentir con una gran capacidad de transmisión entre individuos. Las personas positivas suelen resultar más atractivas para los demás, mientras que las negativas tienden a desgastarnos anímicamente y procuramos alejarnos de ellas. Probablemente todos podamos recordar el paso por nuestras vidas de alguna persona con actitudes (y emociones) positivas hacia la vida y el efecto que han ocasionado en nuestro estado de ánimo. Del mismo modo, podemos pensar en lo que ha sucedido tras compartir algo de tiempo con personas con un talante más negativo. Con ello quiero resaltar especialmente los resultados provocados por estos individuos y sus actitudes en muchos ámbitos de nuestras vidas, como pueden ser las decisiones que tomamos, la manera que tenemos de afrontar la vida y las dificultades cuando se encuentran cerca de nosotros, etc.

Cuando hemos hablado de contagio de emociones nos referíamos a una influencia entre individuos. La siguiente cuestión que nos surge es la posibilidad de que sea el propio individuo quien de alguna manera provoque las emociones positivas. Si es cierto que los demás pueden afectar de manera importante nuestro estado de ánimo, cabe pensar que nosotros mismos también podremos hacerlo. Este planteamiento enlaza con la cuestión inicial acerca del origen de nuestras emociones, bien sea a causa de una condición biológica o comportamental. A día de hoy podemos afirmar la influencia de ambos factores, si bien desde la psicología y la psicoterapia interesa resaltar la posibilidad de modificar nuestros estados de ánimo a través de nuestras acciones.

La experiencia de las emociones positivas está en gran medida condicionada por aquéllo que ocupa nuestra mente. Los estímulos que se encuentran en nuestro pensamiento son capaces de generar emociones, positivas y negativas. Este es el gran poder de nuestra mente, la capacidad de pasar del desánimo a la felicidad modificando pensamientos, imágenes y palabras, eliminando o restando importancia a preocupaciones y anticipaciones negativas de hechos que aún no han ocurrido o es poco probable que ocurran. Se trata de un ejercicio de manejo de nuestros procesos psicológicos internos, de nuestra mente y gestión de nuestras emociones, que en ocasiones surge de manera natural y automática y en otros casos es necesaria la ayuda de un psicólogo para lograrlo.

La psicoterapia y desde la orientación de la psicología positiva pretende llevar a la persona a aumentar el número y la amplitud (en variables como intensidad de la experiencia, tiempo dedicado a ella, etc) de emociones positivas que experimenta la persona. Volviendo a la perspectiva biológica y desde una orientación cognitiva hay que añadir que las emociones, entendidas estas como redes de neuronas interconectadas, aumentan la probabilidad de activarse a mayor número y amplitud de activaciones previas. Esto quiere decir que una de las razones que hacen a las personas positivas tener más probabilidades de experimentar emociones de este tipo es el hecho de haberlas experimentado anteriormente en más ocasiones. La labor del psicólogo por tanto es, aumentar su probabilidad de ocurrencia modificando o eliminando pensamientos negativos, enseñando al paciente a emplear un lenguaje positivo (al fin y al cabo el lenguaje es la base de nuestro pensamiento y por tanto también va a influir en nuestro estado de ánimo), dedicando tiempo a la elaboración y experimentación de pensamientos e imágenes positivas, etc. En resumen, se trata de hacer un trabajo psicológico prolongado en el tiempo de manejo de emociones negativas y positivas, logrando una mayor preponderancia de estas últimas sobre las primeras.

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El valor de las preocupaciones

Cuando hablamos de preocupaciones en psicología clínica nos referimos a aquellos pensamientos que en su origen quizá tenían una función adaptativa, a saber, anticiparse a las consecuencias de algún acontecimiento para estar preparados/as para ellas. Sin embargo, en la actualidad han perdido ese valor adaptativo, bien por mantenerse excesivamente en el tiempo, por exagerar las consecuencias negativas de los acontecimientos, por incluir implicaciones de poca probabilidad de ocurrencia, etc.
El hecho es que muchas personas valoran positivamente las preocupaciones; es más, prefieren la “tranquilidad” de estar preocupados ante cualquier circunstancia, porque esto les permite estar preparados para lo que les pudiera suceder. De alguna manera les produce cierta tranquilidad creer que nada que ocurra les pillará por sorpresa, ya que lo han podido imaginar previamente, preparándose para las posibles consecuencias negativas.

Sin embargo, esa anticipación constante de consecuencias negativas y la necesidad de estar preparados en cualquier momento para lo peor, no está exenta de complicaciones. Y es que la mente humana tiene el poder de imaginar de una manera tan vívida que las emociones que van asociadas a las imágenes mentales y verbalizaciones son en la mayoría de los casos tan intensas como si estuvieran ocurriendo en el mundo real. De forma que una persona que se encuentra constantemente preocupada por las consecuencias negativas de casi cualquier conducta que él/ella o sus allegados llevan a cabo, psicológicamente también está viviendo las emociones y el malestar asociados.
La realidad es que se trata de una elección personal, (lógicamente influida por aprendizajes previos, fundamentalmente por modelado), el individuo decide anticipar las consecuencias negativas antes que imaginar las positivas o las neutras. Sin embargo, con el tiempo se convierte en un hábito, de forma que los pensamientos (verbalizaciones e imágenes) sobre preocupaciones aparecen de manera casi involuntaria ante cualquier acontecimiento. Al tratarse de un hábito adquirido hace que aparezca de manera apenas consciente, por lo que es posible que la persona ni si quiera haya reparado en pensar que existe otra forma de interpretar la realidad o que la elección de imaginar siempre la consecuencia negativa le lleva a un malestar psicológico constante que a veces no es capaz de identificar ni de encontrar su origen. Pero el hecho de tratarse de un hábito significa que existe la posibilidad de modificarlo haciéndolo consciente. De mismo modo que podemos aprender a imaginar consecuencias negativas, podemos aprender a imaginarnos las positivas o las neutras.

La terapia psicológica tiene como objetivo encontrar esos pensamientos automáticos que aparecen en casi cualquier situación, analizarlos y cuestionarlos, así como sustituirlos por otros más adaptativos desde el punto de vista de la psicología y la salud mental. La cuestión es que si podemos imaginar cualquier cosa y con ello provocar diferentes tipos de emociones, ¿por qué quedarnos siempre con la imagen negativa y la que nos produce malestar? En psicología clínica podemos utilizar en un sentido terapéutico el gran poder de la mente humana para imaginar y generar con ello emociones positivas.

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La comunicación interpersonal: asertividad

Qué duda cabe de la necesidad de tener unas relaciones interpersonales satisfactorias como prerrequisito para una vida plena. Es más, el apoyo social es la variable con mayor impacto reductor del estrés en situaciones difíciles.

Desde la psicología y la psicoterapia se han estudiado con frecuencia los diferentes estilos de comunicación de las personas. Y es que la forma que tenemos de comunicarnos con los demás influye en gran medida en el atractivo que produzcamos en ellos y en la probabilidad de que los otros quieran mantener la interacción o por el contrario, acaben por limitarla.

La mayoría de las personas emplean estilos diferentes de comunicación interpersonal en función de los interlocutores con los que interactúen, su propio estado de ánimo, la situación en la que se encuentren, etc. Se trata de un tipo de aprendizaje implícito que adquirimos por lo general durante el periodo del desarrollo (infancia y adolescencia), aunque seguimos modificando con la experiencia y por supuesto es susceptible de cambio mediante la ayuda de un psicólogo. De hecho, el aprendizaje que se adquiere durante la infancia y adolescencia respecto a los estilos de comunicación está enormemente influido por el aprendizaje observacional basado en modelos. De ahí los grandes parecidos entre los familiares y otras personas con las que se convive en cuanto a estilos de comunicación (sin restar importancia a la influencia genética). Este hecho nos lleva a pensar en la posibilidad de cambio de los mismos mediante situaciones artificiales creadas en la terapia psicológica adaptada a las necesidades de cada persona.

Cuando hablamos de estilos de comunicación en psicología, hacemos referencia a las diferentes maneras que existen a la hora de comunicarnos con los demás. Aquí incluimos tanto la conducta verbal, es decir, las palabras que empleamos; como la conducta no verbal o gestos, movimientos corporales, tono de voz, etc. De alguna manera podemos hablar de tres estilos fundamentales, a saber, agresivo, asertivo y pasivo. Estos tres estilos se sitúan a lo largo de un continuo desde un extremo de agresividad comunicativa a otro de pasividad, pasando por el punto intermedio de asertividad.
En psicoterapia se entrena la conducta asertiva, que consiste en la habilidad social de expresar a los demás nuestros sentimientos, incluyendo nuestro malestar hacia su conducta cuando sea necesario. Para ello es importante emplear una comunicación tanto a nivel verbal como no verbal adecuada, así como hacerlo en el momento apropiado y sin herir los sentimientos de los demás. Sucede con frecuencia que cuando algo nos molesta de los otros, optamos bien por no enfrentarnos a ellos omitiendo nuestro malestar; o bien expresamos de manera agresiva nuestro desacuerdo, entrando en un estado de ira que nos conduce a la ofensa hacia ellos y a empeorar nuestras relaciones sociales cuando esta conducta se repite. Es más, la evitación de enfrentamientos característica del primero de los casos, el estilo pasivo, conlleva la acumulación de malestar y la aparición de un sentimiento de injusticia que con el tiempo acaba por explotar y transformarse en un estilo agresivo.

Para entrenar la conducta asertiva durante un proceso de terapia psicológica, se evalúa en primer lugar el estilo de comunicación de la persona a nivel molecular; se analizan las verbalizaciones, tono de voz, gesticulaciones, etc, que emplea la persona habitualmente en diferentes situaciones interpersonales, para encontrar las áreas de mayor necesidad de entrenamiento. En unos casos será necesario aumentar el tono de voz, mirada a los ojos, verbalizaciones acerca de los propios sentimientos, etc, para sustituir la conducta pasiva por la asertiva; y en otros casos habrá que disminuir estos mismos parámetros para modificar una conducta agresiva e instaurar una asertiva. Todo ello se entrena en primer lugar en la sesión de terapia psicológica y posteriormente se pone en práctica en situaciones reales, que se analizan mediante registros de conducta para valorar logros alcanzados y continuar el entrenamiento en función de ello.

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Qué es la terapia psicológica

Todo el mundo tiene una idea más o menos aproximada de lo que es una terapia psicológica. Cierto es que la industria cinematográfica ha contribuido, con más o menos acierto según los casos, a la formación de una idea de la psicoterapia en la cultura popular. En la actualidad cada vez está más generalizada la posibilidad de consultar a un psicólogo ante algunos problemas de diversa índole. Muchas parejas que se encuentran ante dificultades cotidianas o no tan cotidianas, padres preocupados por sus hijos/as, mujeres y hombres con problemas de ansiedad o estrés, relaciones interpersonales complicadas, tristeza, etc. Todos ellos se han planteado en algún momento si la ayuda de un psicólogo puede ser útil para solucionar sus problemas.

La terapia psicológica consiste en gran medida en una relación interpersonal de confianza, cuyo objetivo inicial es que el paciente se sienta cómodo para expresar sus preocupaciones y las dificultades con las que se encuentra, sin sentirse juzgado por la persona que le está escuchando. La escucha activa y la empatía son dos de los principios fundamentales para lograr que esta relación se desarrolle adecuadamente. Tanto paciente como psicólogo tienen que lograr dejar de lado durante el proceso de terapia las ideas preconcebidas que tengan sobre otras personas para facilitar este proceso. En no pocas ocasiones la terapia psicológica puede no funcionar debido a la aparición de juicios y a la dificultad de eliminación de los mismos, al menos durante el tiempo en sesión; es por ello que no cualquier psicólogo es válido para cualquier paciente.

Por otro lado, es necesario mencionar que existen diferentes orientaciones de trabajo en psicoterapia. A diferencia de lo que sucede en otras ramas de las ciencias de la salud, no existe una única manera de hacer terapia psicológica. Por resumir de forma muy breve y dar algunas pinceladas acerca de las ideas básicas en las que se fundamentan, podemos decir que existen tres corrientes principales, con grandes variedades dentro de cada una de ellas. La tradición psicoanalítica, quizá la más conocida en la cultura popular, consiste en analizar la parte inconsciente de la mente, ya que entiende que existen contenidos mentales que pueden estar bloqueados en ella y su desbloqueo facilitará la desaparición de los síntomas. La corriente humanista-existencial busca el desarrollo pleno del potencial de la persona empleando técnicas variadas en formato grupal e individual. Por último, la psicología conductista se centra en el análisis de la conducta objetiva de la persona para modificar los patrones desadaptativos de esta. Como desarrollo más reciente de esta última, se encuentra la psicología cognitivo-conductual, que analiza también el pensamiento humano y sus vertientes patológicas para modificarlos en un sentido más adaptativo.

La tendencia actual en terapia psicológica es hacia el eclecticismo tanto en las explicaciones teóricas de la mente y la conducta humana como en la práctica en psicología clínica y en las técnicas de psicoterapia. Las aportaciones de cada una de las corrientes de psicoterapia son innegables en diferentes áreas de psicopatología y a nivel terapéutico.

Los aspectos que aparecen de forma común a todos los tipos de terapia psicológica son la relación interpersonal como base de la misma y el empleo de técnicas para la mejoría del paciente. Sobre la relación interpersonal ya se ha hablado anteriormente y acerca de las técnicas es necesario mencionar que según los casos o el momento terapéutico se emplean con diferentes objetivos, por ejemplo, para lograr que el paciente tome conciencia de algo, reestructure sus pensamientos, reinterprete situaciones, alcance un nivel de comprensión diferente de la realidad, reformule su realidad, cambie sus conductas, afronte situaciones, aprenda estrategias más adaptativas ante sus dificultades, acepte las mismas sin negarlas, maneje sus síntomas, regule sus emociones, etc.

Si bien es cierto que muchas de las técnicas pueden llevar al mismo objetivo común por caminos diferentes, la tendencia actual en terapia psicológica evoluciona hacia la psicología clínica y psicoterapia basada en la evidencia científica. Esto significa que la aplicación de la terapia psicológica debe basarse en el empleo de técnicas de eficacia, efectividad y eficiencia probada mediante estudios científicos. Es más, las técnicas deben estar probadas para el problema específico al que se aplican.

A modo de resumen podemos decir que la idea del psicólogo como profesional que se limita a escuchar problemas de sus pacientes queda lejos de la práctica actual en psicología científica. A pesar de existir diferentes grados en cuanto a la directividad de la terapia por parte del psicólogo, la técnica o técnicas concretas a emplear siempre deben estar basadas en la evidencia científica actual para el problema que se pretende tratar.

Por tanto algunas de las labores del psicólogo son, además de escuchar activamente al paciente a lo largo de todo el proceso terapéutico, (para valorar sus dificultades en los diferentes momentos en un proceso de evaluación continua), entrenar técnicas para manejar síntomas como la ansiedad, planificar actividades para mejorar el estado de ánimo y la motivación, proponer situaciones de afrontamiento para superar dificultades o miedos, entrenar habilidades interpersonales las cuales poner en práctica posteriormente, etc.

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