jueves, 30 de agosto de 2012

Mi hij@ tiene problemas en los estudios

El bajo rendimiento escolar es uno de los motivos más frecuentes por los que madres y padres suelen pedir ayuda a un psicólogo infantil. Alcanzar unos resultados académicos adecuados depende de varios factores, algunos de los más relevantes pueden ser: la capacidad intelectual del niño o la niña, sus aptitudes en cada una de las áreas de trabajo en la escuela, la motivación que tenga por aprender, el estado emocional en que se encuentre, el conocimiento de estrategias útiles para el estudio y la disposición de un entorno adecuado.
Cuando nuestra hija o hijo manifiesta problemas académicos, el psicólogo infantil en primer lugar debe considerar los posibles factores que puedan estar influyendo para que esto ocurra. En muchos casos son los problemas emocionales los que hacen que los pequeños se vean limitados en su progreso académico. El psicólogo infantil tendrá que hacer una evaluación clínica de las dificultades que presenta el niño. Para ello hay que valorar si ha habido cambios importantes en el entorno que puedan explicar la falta de interés del niño por el estudio o que tenga su mente ocupada con emociones negativas. Por ejemplo, el nacimiento de un nuevo hermano, si este hecho conlleva la aparición de celos, dificultades con los compañeros de clase que le hagan sentirse enfadado o triste, cambio de colegio o de domicilio familiar, sentimiento de incapacidad ante las exigencias académicas, etc. No olvidemos que los niños también pueden verse afectados por los acontecimientos que suceden en su entorno y los pensamientos negativos o las etiquetas que utilizan en su lenguaje pueden llevarles a sentirse incapaces, así como las emociones negativas generadas por las dificultades con las que se encuentran. También pueden aparecer problemas clínicos más específicos como miedos, fobias, ansiedad, etc, que el psicólogo infantil valorará para ofrecer un tratamiento adecuado en caso necesario. Si la causa del retraso académico está más relacionada con otro problema anterior, será necesario tratar este previamente para permitir que el niño posteriormente mejore su rendimiento académico.
En otros casos, puede ser el propio entorno cotidiano, familiar, social o escolar, el que limite las posibilidades de desarrollo del niño. Cuando damos por sentado que la obligación de los pequeños es estudiar y llevar a cabo sus tareas académicas podemos caer en el error de considerar que no es necesario premiarles por sus logros. Lejos de esta idea, los niños necesitan desarrollar una motivación adecuada hacia el estudio, para lo que es fundamental premiar cada avance que observemos por pequeño que nos parezca. Uno de las primeros problemas con las que se encuentran los niños cuando tienen que estudiar, es la dificultad para permanecer sentados durante un periodo de tiempo suficiente y concentrarse en la tarea que realizan. Esta habilidad es susceptible de entrenamiento, pero para ello hay que lograr una motivación suficiente, ya que requiere un esfuerzo importante. También es necesario mostrar interés de forma cotidiana por las tareas y obligaciones de los pequeños, revisando sus actividades y trabajos. Además, hay que ayudar a los niños a desarrollar el sentimiento de competencia, recompensando la superación de dificultades, su interés y su esfuerzo, siempre exigiéndoles en función de sus capacidades. Esto hará que su autoestima académica se vea fortalecida y de esta manera aumentaremos al mismo tiempo su motivación.
Otra cuestión importante a tener en cuenta tiene que ver con las aptitudes de los niños para las tareas escolares. En muchos casos de problemas con el rendimiento escolar el psicólogo infantil tendrá que hacer una evaluación psicopedagógica de las capacidades intelectuales del niño. El resultado de esta servirá para determinar el nivel de exigencia que debemos tener con respecto al pequeño, así como las aptitudes que hay que potenciar y entrenar, y aquéllas que tienen un funcionamiento más adecuado para apoyarse en ellas de cara al estudio.
Por último debemos mencionar que no todos los niños conocen las estrategias adecuadas para el trabajo académico, en cuyo caso será necesario enseñárselas. En cuanto a la metodología a seguir de cara al estudio, el psicólogo infantil trabajará con el niño no sólo estrategias memorísticas y de comprensión, sino también deberá adaptar estas a las capacidades de aquél (por ejemplo, priorizar contenidos verbales o espaciales, o estrategias más/menos visuales, o más/menos memorísticas, según los puntos fuertes y débiles en su capacidad intelectual). Por otro lado, será de gran utilidad el empleo de la modificación de conducta para mejorar la planificación y la organización del tiempo de estudio (periodos de estudio y descanso, orden de tareas según nivel de dificultad, contenidos y capacidades específicas del niño, tiempo de planificación, entorno adecuado y sin ruidos ni distractores, premios a emplear por cada logro concreto alcanzado, estrategias de motivación, etc).



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jueves, 23 de agosto de 2012

Pensamientos negativos: la depresión

La mayoría de las personas experimentan los efectos de los pensamientos negativos en algún momento (o en muchos) de sus vidas. Ante una discusión de pareja, problemas en el trabajo o con los hijos...etc, lo más habitual es que aparezcan pensamientos negativos. Si este tipo de pensamiento es común a todas las personas, ¿qué es lo que diferencia entonces a las que sufren trastornos depresivos de las que no los sufren? 

Desde las ideas iniciales del psicólogo A. Beck en los años sesenta, es conocido en psicología cómo las personas desarrollan trastornos depresivos a partir de su manera de pensar sobre lo que les sucede. Es decir, no se deprimen aquéllos/as que se encuentran con más dificultades en sus vidas, sino los que dedican más tiempo a pensar en cosas negativas.

Se trata de un estilo de respuesta ante los problemas conocido por los psicólogos como "rumiativo". ¿Y en qué consiste esta forma de reaccionar? Las rumiaciones depresivas son pensamientos repetitivos sobre los primeros síntomas de tristeza y sobre las posibles causas y consecuencias de ellos. Es decir, es una forma de pensar que consiste en repetir mentalmente el pensamiento negativo original (aquél que aparece de forma frecuente en la mayoría de las personas en una situación difícil o problemática). Las personas que sean capaces de distraerse de este tipo de pensamientos o quitarles importancia tienen menos probabilidades de desarrollar depresión. Sin embargo, aquéllas que dediquen más tiempo a pensar cosas negativas es más probable que acaben por tener un trastorno depresivo con todos sus síntomas. En este punto no es difícil entrar en un círculo vicioso de tristeza, falta de motivación para hacer cosas y reducción de estímulos positivos, que hacen que la tristeza aumente más aún.
De hecho, una de las más conocidas terapias psicológicas de tipo cognitivo (la de A. Beck), es decir, centradas en los pensamientos, trabaja desde varios focos de intervención y con diversos objetivos: aumentar las actividades que realiza la persona para lograr un que tenga acceso a más estímulos positivos, y de esta manera mejorar la motivación; otro foco de trabajo, generalmente en paralelo, consiste en modificar los pensamientos negativos, que suelen ser excesivos, exagerados y distorsionados (las personas con depresión dan más importancia a interpretaciones exageradamente catastróficas sobre lo que les pasa). 

Por tanto, en lo que respecta a los pensamientos de las personas con depresión, el psicólogo debe trabajar por un lado en la modificación de la forma de los pensamientos (es decir, hacerlos más realistas y objetivos, menos catastróficos) y por otro lado en su contenido (lograr que la persona dedique menos tiempo a sus pensamientos negativos y más a los positivos).



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miércoles, 22 de agosto de 2012

Problemas de atención y concentración

Algunos niños y niñas tienen problemas a la hora de concentrarse en determinadas tareas. En general suele ocurrir que se aburren pronto, mantienen la atención por periodos de tiempo muy breves, se distraen con cualquier estímulo que aparezca a su alrededor o incluso con sus propios pensamientos e imágenes mentales, etc. Cuando son muy pequeños este hecho puede pasar desapercibido, sin embrago el problema comienza cuando inician la escolarización. Una de las primeras exigencias que se les hace a los niños en la escuela es la de permanecer sentado realizando tareas sobre una mesa. Para ello, a cada edad se les va a requerir una capacidad de atención determinada, que irá aumentando de manera progresiva. Un niño que tiene dificultades para permanecer concentrado conforme a las exigencias académicas, es muy probable que se distraiga con otros estímulos del aula, que distraiga a sus compañeros, o incluso a veces que permanezca en el aula absorto en sus pensamientos.

En psicología se ha hablado de varios factores que pueden predisponer a los niños y jóvenes a este tipo de problemas. Desde factores constitucionales hasta otros de influencia claramente ambiental. Lo que está claro es que la capacidad de atención y concentración es algo que puede entrenarse con la ayuda de un psicólogo. El modo de hacerlo será diferente en función de la edad y las necesidades del niño o la niña. Para conocer la amplitud de sus dificultades es necesario hacer una evaluación psicopedagógica de la atención y otras aptitudes mentales. Lo más adecuado es planificar una intervención psicológica en función de los resultados obtenidos en las pruebas de aptitudes, para adecuar el trabajo de atención y concentración a sus necesidades específicas. Además, debemos tener en cuenta que estos niños y jóvenes suelen tener otros problemas psicológicos asociados, muchas veces derivados de sus dificultades de atención (problemas académicos, problemas de comportamiento en el aula, problemas de autoestima al ver que no alcanzan los logros académicos, dificultades de aprendizaje, etc) y que también pueden requerir la ayuda de un psicólogo infantil

Por otro lado, la edad del niño es importante para conocer qué aspectos son prioritarios a la hora de trabajar con él. Por lo general este tipo de problemas suelen manifestarse desde la infancia y con la escolarización como hemos dicho anteriormente, aunque en muchos casos pueden pasar desapercibidos hasta la preadolescencia, cuando las exigencias académicas son mucho mayores. Hay niños que pueden compensar su dificultad de atención mediante otras aptitudes que posean, y esto hace que a veces no se detecte el problema hasta una edad más avanzada. En cualquier caso el trabajo que puede hacer un psicólogo con el adolescente o preadolescente también le ayudará a mejorar su capacidad de concentración, planificación y organización, ya que estas son áreas que también suelen verse afectadas. Además, las necesidades e intereses de los jóvenes serán diferentes que las de los más pequeños y por ello en la labor del psicólogo es importante tenerlo en cuenta.



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Las niñas y los niños hiperactivos


El Trastorno por déficit de atención e hipeactividad (TDAH) se caracteriza según el DSM-IV (manual de referencia en psicología clínica y en psicología infantil), por varios grupos de síntomas, si bien no todos ellos tienen por qué darse en todos los casos. Estos síntomas incluyen por un lado el déficit de atención y por otro la hiperactividad-impulsividad. Deben permanecer durante un periodo continuado de al menos 6 meses, y además la aparición de al menos algunos de ellos ocurre antes de los 7 años de edad. Según el predominio de un grupo u otro de síntomas se establecerá el subtipo de TDAH (con predominio de déficit de atención, con predominio de hipeactividad-impulsividad o de tipo combinado).

Niños inquietos ha habido siempre y sin embargo ahora se establece este diagnóstico con mucha mayor frecuencia que en otros tiempos. Pero, ¿cómo saber si un niño sufre TDAH o no? Desde la orientación de Psicología Cognitivo-Conductual no es tan relevante la etiqueta que supone establecer el diagnóstico de TDAH. Es más, el propio diagnóstico puede tener efectos negativos en los niños por el mero hecho del etiquetado social y las connotaciones negativas que se le asocian (percibirse diferente a los otros niños y niñas, ser percibido diferente por los demás, la justificación de muchas de las conductas del niño en función de la etiqueta, dando por supuesta la estabilidad de la misma y la imposibilidad del cambio, etc).

Sin embargo, desde la Psicología Infantil, especialmente en el campo de la Modificación de Conducta, se considera fundamental tener claras cuáles son las dificultades específicas y las conductas problemáticas que puede tener una niña o un niño con estas características. Es más, estas dificultades a nivel de conducta son las que se van a trabajar desde la terapia psicológica infantil. Por lo tanto, será necesario hacer una evaluación detallada de estas conductas y las repercusiones que tiene a todos los niveles en el niño y en su entorno. Para ello se emplean pruebas de atención, observaciones y registros de conducta (si es excesiva para el ambiente o no se adapta al mismo, si el niño responde sin pensar o antes de leer/escuchar la pregunta completa, etc).

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martes, 21 de agosto de 2012

El niño con miedo a hablar

Algunos niños tienen dificultades para hablar con desconocidos o con personas que están fuera de su ámbito más cercano, ya sean otros niños o niñas o adultos. Puede ocurrir que, tras una evaluación por un psicólogo infantil, se observe que estas dificultades no concuerdan con su capacidad para hablar o con el nivel de desarrollo alcanzado en su lenguaje y habla. De hecho, estos niños suelen hablar de manera adecuada a su edad con sus padres, hermanos y/o otras personas cercanas.

El problema tiene más que ver con la ansiedad o el miedo, o incluso la timidez, que con una alteración en el desarrollo del lenguaje. De hecho, lo que le está sucediendo al niño se puede explicar por el aprendizaje de la ansiedad asociado a las situaciones de comunicación con algunas personas. Esta ansiedad no aparece con las personas cercanas porque el niño se siente tranquilo en estas situaciones. Sin embargo, cuando tiene que interactuar con personas nuevas, a veces incluso con los profesores del colegio, experimenta una ansiedad tan grande que llega incluso a bloquearse.

Desde el entorno, los adultos suelen angustiarse al observar que el niño sufre cada vez que tiene que comunicarse. Esto hace que cada vez se les exija menos en las situaciones de comunicación y habla, es decir, no se le pide que hable o en cuanto aparece algún signo de ansiedad se le permite que escape de la situación (por ejemplo, en clase alguien responde por él, se pregunta a otro niño, los adultos pueden responder por él) o directamente se evita la situación (el adulto no se dirige al niño en la conversación y no le hace preguntas directas para evitar que sufra al tener que responder). El niño por lo tanto, lejos de mejorar, lo que hace es evitar cada vez más situaciones en las que debería hablar (y aprender a interactuar con otros), por lo que no tendrá la oportunidad de tener experiencias de éxito en las que él mismo observe que es capaz de hablar igual que otros niños.

De hecho, el tratamiento psicológico con los niños con miedo a hablar consiste en crear de manera artificial o buscar situaciones naturales en las que este pueda tener experiencias de éxito en la conducta que le genera ansiedad, que es hablar. Además es necesario que el psicólogo infantil trabaje con padres y educadores, para que permitan al niño y faciliten que se den estas experiencias de éxito. En muchas ocasiones, las personas del entorno llevan a cabo conductas que limitan las posibilidades de hablar del niño o le facilitan la evitación de las mismas; esto sucede por ejemplo, cuando responden por él ante las preguntas de otras personas, cuando disminuyen el nivel de exigencia de habla al niño al ver que este sufre, etc.

Por ello es importante la guía de un psicólogo infantil, que haga una evaluación muy detallada de las dificultades específicas del niño y de las situaciones en las que se da el problema, para que pueda trabajar tanto con el niño como con el entorno, modificando las conductas de ambos.

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Modelos de aprendizaje: influencia sobre la conducta de los niños

A la hora de educar a nuestras hijas e hijos debemos tener en cuenta no sólo los valores que transmitimos de manera verbal e intencionada sino también toda la información que les hacemos llegar por otros métodos más sutiles, a veces sin nosotros se conscientes de ello. Hablamos de un tipo de aprendizaje que en muchos casos tiene más efectos que el aprendizaje directo, conocido en psicología como aprendizaje observacional o modelado.

Según la psicología y la modificación de conducta, el aprendizaje por modelado sigue las mismas reglas que otros tipos de aprendizaje, siendo la única diferencia el individuo sobre el que recae el premio o castigo que se aplica (o la ausencia de ellos). De este modo, en el aprendizaje directo se premia o castiga al individuo que queremos que modifique su conducta; mientras que en el modelado el premio o castigo se aplica sobre otro individuo, el modelo, por lo general de características similares a aquél.

Existen muchas variables que influyen a la hora de provocar cambios en la conducta por efecto del modelado. Algunas de ellas son similares a las que actúan en el aprendizaje directo, por ejemplo, la inmediatez de la consecuencia (premio, castigo, ausencia de premio o ausencia de castigo) con respecto a la conducta que se quiere aumentar o disminuir,  la contingencia (es decir, la probabilidad de que se dé la consecuencia positiva o negativa tras la conducta), la adecuación del tipo de consecuencia empleada a la conducta a premiar o castigar (si el castigo o el premio es o no es excesivo para esa conducta), etc. Todas estas variables se pueden modular, y de hecho es lo que suele hacerse en la terapia psicológica infantil para eliminar las conductas inadecuadas de los más pequeños y aumentar las adecuadas.

Otras variables tienen que ver con el tipo de conducta problemática sobre la que queramos intervenir. Por ejemplo, si queremos ayudar a una niña o a un niño a superar un miedo o una fobia, la similitud del modelo, es decir, la persona que actúa como tal, en cuanto a su capacidad de afrontamiento, es de gran relevancia. En terapia psicológica infantil es conocida la mayor eficacia de los modelos de afrontamiento sobre los modelos de maestría, es decir, se obtienen mejores resultados cuando estos comienzan mostrando el mismo nivel de habilidad (o falta de ella) que el individuo a entrenar (o lo que es lo mismo, al principio muestran el mismo miedo que él). Esto hace referencia a la importancia de observar, a la hora de enfrentarse a una fobia, un miedo o ansiedad ante una situación, a otros niños y/o adultos que tengan las mismas dificultades y acaben superándolo. Como ejemplos de ello existen múltiples situaciones en la vida diaria que pueden resultar terapéuticas para ayudar a un niño a enfrentarse a su miedo, y que el psicólogo infantil emplea para potenciar los efectos del tratamiento.

Otro aspecto relevante que explica por qué los niños aprenden de modelos, tiene que ver con las características personales de estos (edad, curso escolar, nivel intelectual, etc). En general los niños tienden a imitar a otros niños que consideran similares a ellos o con los que se identifican, adultos que son para ellos de referencia en algún sentido (pueden actuar como modelos los padres, otros niños, familiares, educadores, entre otros), etc.


El aprendizaje por observación explica también por qué cuando padres y madres transmitimos verbalmente a nuestros hijos un modelo de conducta y posteriormente observan otro diferente en nuestro comportamiento, se hacen conscientes de la contradicción, siendo más probable que repitan la conducta observada que la expresada verbalmente. Un ejemplo claro de ello es cuando empleamos un tono de voz elevado para pedir que bajen la voz. Es más probable que se produzca el modelado de la conducta no verbal que de la verbal, es decir, acabarán por hablar en un tono elevado. De hecho el modelado es un tipo de aprendizaje con gran influencia sobre las habilidades sociales. Gran parte de las conductas que emiten los niños en situaciones sociales son aprendidas a través de la imitación de otros. Aquellas que se observen como exitosas en las relaciones sociales se repetirán, mientras que las que tengan consecuencias negativas dejarán de llevarse a cabo.

Otro ejemplo sería cuando pronunciamos palabras tranquilizadoras ante algo que nos da miedo, por ejemplo un perro, contradictorias con nuestra comunicación no verbal al alejarnos de él. Nuevamente, es más probable que en el futuro el pequeño se aleje del perro (aprendizaje por modelos) a que actúe con calma ante él.

En resumen, podemos decir que el niño aprende cuáles son las conductas adecuadas e inadecuadas a través de la observación de modelos, ya sea para superar sus dificultades, afrontar situaciones, aprender normas de actuación en situaciones interpersonales (por ejemplo, cómo saludar a un desconocido o cómo pedir ayuda), facilitar conductas que se encuentran inhibidas (por ansiedad, miedo, timidez), aprender nuevas conductas (cómo abrir una puerta o encender un ordenador), etc.

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Comunicación interpersonal: la empatía, entender a los demás

Para tener unas relaciones interpersonales satisfactorias es fundamental saber comunicarnos con los demás. Esta comunicación implica ser capaces de entender a los otros, así como hacernos entender. Esto que puede parecer una tarea sencilla, en muchos casos se trata de una de las labores más complejas de las relaciones humanas. La ausencia de un entendimiento adecuado puede perjudicar enormemente nuestras relaciones, dando lugar a malentendidos rodeados eso sí, de las mejores intenciones por ambas partes.

A todos nos ha pasado alguna vez que hemos querido dar un consejo a alguien que está pasando por un mal momento y parece que este no ha sido bien recibido. Incluso sucede cuando el mensaje pretendía transmitir nuestra mejor intención y el ofrecimiento de ayuda hacia el otro ante sus dificultades. A veces también nos cuesta entender este rechazo porque pensamos que se trata de un buen consejo y creemos tener la certeza de que se trata de la decisión más óptima que “debería” o creemos que debería tomar la otra persona.

Sin embargo, para llegar a comprender mejor al otro deberíamos en primer lugar, tratar de entender el mundo desde su visión (“ponernos sus gafas para ver el mundo”), y sólo entonces podremos ser capaces de responder a sus necesidades y si el otro lo requiere, aconsejarle. Hablamos de aquél aspecto tan relevante de la comunicación que llamamos empatía. Esta se ha definido en múltiples ocasiones como la capacidad de ponernos en el lugar del otro y en última instancia de ello trata, aunque cabría especificar con mayor detalle. La empatía es una habilidad interpersonal fundamental que implica no sólo ponerse en el lugar del otro, sino además la capacidad de sentir e interpretar el mundo del mismo modo en que lo hace aquél. Para ello es necesario en primer lugar trasladar nuestra experiencia a la de la otra persona; de hecho, el error más frecuente suele darse cuanto tratamos de interpretar las experiencias de los demás desde nuestra propia visión. La única manera de alcanzar esa empatía es interpretando el mundo de la otra persona tal y como lo haría ella, para de esta manera poder comprender sus sentimientos y a veces incluso sentirlos.

Además, es necesaria una buena dosis de aceptación de la situación y del sentir del otro, rechazando todo tipo de juicio que pueda venirnos de manera casi automática. La persona que nos cuenta su problema muchas veces no necesita otra cosa que expresar cómo se siente, percibiendo en quien le escucha esa aceptación de su malestar, carente de juicio. Cabe resaltar que la ausencia de juicio no implica que no tengamos una opinión sobre la situación, aunque hay que tener en cuenta que la otra persona no siempre quiera escucharla. Probablemente nuestro interlocutor ya ha pensado en todas las alternativas de actuación ante su problema, y los consejos que se nos ocurren a los demás no resultan novedosos. Si la otra persona desea conocer nuestra opinión es muy probable que nos lo haga saber; de no ser así, es casi seguro que necesita expresar lo que siente y ser escuchado sin más. Por tanto, la empatía es una habilidad que requiere una gran capacidad de escucha, sabiendo para ello hacer las preguntas apropiadas y evitando dar consejos no solicitados por el otro.

Las personas con mayor grado de empatía son capaces de comprender los diferentes puntos de vista de muchas personas y entender los sentimientos de aquéllas ante las mismas situaciones. Si bien es cierto que llevar a nuestras espaldas una determinada experiencia nos hace más susceptibles de alcanzar un mayor grado de empatía con quienes la están viviendo, no resulta imprescindible que hayamos tenido esa vivencia para poder empatizar con ellos. De hecho uno puede haber vivido muchas situaciones diferentes pero no haber reflexionado sobre las diferentes formas de interpretarlas y sentirlas, por lo que no siempre tener más experiencias conlleva entender mejor a los demás. Para llegar a empatizar con diferentes personas en gran variedad de situaciones es necesario que en cada experiencia que tengamos (no necesariamente en situaciones excepcionales, sino también en nuestra vida cotidiana) entrenemos esta habilidad psicológica, tratando de comprender emocionalmente los distintos puntos de vista posibles. Para ello debemos comprender que nuestra manera de vivir las experiencias no es la única ni la más válida, sino que existen otros modos alternativos de entender las mismas situaciones, apoyadas en la existencia de diferentes esquemas mentales y emocionales; aspecto que enlaza directamente con la capacidad de aceptación de las vivencias ajenas y la ausencia de juicio hacia las mismas.

Al igual que sucede con otras habilidades interpersonales, la empatía puede trabajarse en una terapia psicológica encaminada a aumentar, entre otras aptitudes propias de las relaciones humanas, la sensibilidad interpersonal. Del mismo modo que existen diferencias individuales entre las personas en cuanto a la expresión espontánea (probablemente fruto de sus aprendizajes previos) de conductas interpersonales adecuadas, sucede lo mismo con la sensibilidad interpersonal y la habilidad para ponerse en el lugar de los demás (e interpretar y sentir el mundo del mismo modo que ellos). Quizá la falta de observación y reflexión acerca de los efectos de las conductas propias o ajenas sobre los sentimientos de otros, la ausencia de modelos que lo hicieran en sus aprendizajes previos, la ausencia de interés o dedicación a esta tarea, etc, sean argumentos susceptibles de explicar esas diferencias individuales.

La empatía por tanto, es una habilidad psicológica que nos ayuda enormemente en nuestras relaciones interpersonales. Podemos pensar en situaciones cotidianas, como el efecto que pueden tener nuestras conductas (aparentemente o desde nuestro punto de vista inofensivas y en absoluto malintencionadas) verbales y no verbales sobre los sentimientos de los demás, entender por qué algunos toman determinadas decisiones que no compartimos, por qué se sienten mal algunas personas ante circunstancias que a nosotros nos resultan triviales (por ejemplo los miedos de algunas personas en determinadas circunstancias), por qué nuestros hijos/as llevan a cabo conductas que nos parecen inadecuadas, o por qué alguien puede llegar a hacernos daño sin ser consciente de ello, entre otras.

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Emociones positivas

Muchas personas se preguntan por el modo en que surgen nuestras emociones positivas. En nuestra experiencia diaria podemos traer a la mente ejemplos de personas que viven continuamente experimentando alegría y felicidad, así como el caso opuesto, a saber, aquéllos que parecen vivir en un estado de eterna melancolía. Es más, las personas que gozan de salud mental son aquellas que experimentan emociones positivas en mayor medida. Este tipo de cuestiones nos llevan a plantearnos a debates ya clásicos en psicología acerca del origen de la conducta: ¿son estas emociones resultado de factores biológico-constitucionales que condicionan nuestras experiencias psicológicas? ¿o son más bien un tipo de experiencia factible de provocar mediante cambios en nuestro comportamiento?
Desde la psicología tradicional las emociones positivas han sido en gran medida olvidadas, en favor del estudio de la patología mental y las alteraciones de la psique. En la actualidad existe una corriente en psicología dedicada al estudio de esa parte positiva de nuestra mente, que cuenta con gran influencia también en las aplicaciones prácticas de la psicoterapia. Y es que hoy en día parece bastante claro en psicología clínica, que muchas personas que deciden acudir a un psicólogo pueden verse beneficiadas enormemente de la adopción de una perspectiva positiva en psicoterapia, en lugar de dirigir esta exclusivamente a los aspectos negativos de su experiencia.

A la mayoría de las personas nos gusta rodearnos de gente positiva, es decir, que experimente emociones positivas y sean al mismo tiempo capaces de contagiarlas. Las emociones son un tipo de sentir con una gran capacidad de transmisión entre individuos. Las personas positivas suelen resultar más atractivas para los demás, mientras que las negativas tienden a desgastarnos anímicamente y procuramos alejarnos de ellas. Probablemente todos podamos recordar el paso por nuestras vidas de alguna persona con actitudes (y emociones) positivas hacia la vida y el efecto que han ocasionado en nuestro estado de ánimo. Del mismo modo, podemos pensar en lo que ha sucedido tras compartir algo de tiempo con personas con un talante más negativo. Con ello quiero resaltar especialmente los resultados provocados por estos individuos y sus actitudes en muchos ámbitos de nuestras vidas, como pueden ser las decisiones que tomamos, la manera que tenemos de afrontar la vida y las dificultades cuando se encuentran cerca de nosotros, etc.

Cuando hemos hablado de contagio de emociones nos referíamos a una influencia entre individuos. La siguiente cuestión que nos surge es la posibilidad de que sea el propio individuo quien de alguna manera provoque las emociones positivas. Si es cierto que los demás pueden afectar de manera importante nuestro estado de ánimo, cabe pensar que nosotros mismos también podremos hacerlo. Este planteamiento enlaza con la cuestión inicial acerca del origen de nuestras emociones, bien sea a causa de una condición biológica o comportamental. A día de hoy podemos afirmar la influencia de ambos factores, si bien desde la psicología y la psicoterapia interesa resaltar la posibilidad de modificar nuestros estados de ánimo a través de nuestras acciones.

La experiencia de las emociones positivas está en gran medida condicionada por aquéllo que ocupa nuestra mente. Los estímulos que se encuentran en nuestro pensamiento son capaces de generar emociones, positivas y negativas. Este es el gran poder de nuestra mente, la capacidad de pasar del desánimo a la felicidad modificando pensamientos, imágenes y palabras, eliminando o restando importancia a preocupaciones y anticipaciones negativas de hechos que aún no han ocurrido o es poco probable que ocurran. Se trata de un ejercicio de manejo de nuestros procesos psicológicos internos, de nuestra mente y gestión de nuestras emociones, que en ocasiones surge de manera natural y automática y en otros casos es necesaria la ayuda de un psicólogo para lograrlo.

La psicoterapia y desde la orientación de la psicología positiva pretende llevar a la persona a aumentar el número y la amplitud (en variables como intensidad de la experiencia, tiempo dedicado a ella, etc) de emociones positivas que experimenta la persona. Volviendo a la perspectiva biológica y desde una orientación cognitiva hay que añadir que las emociones, entendidas estas como redes de neuronas interconectadas, aumentan la probabilidad de activarse a mayor número y amplitud de activaciones previas. Esto quiere decir que una de las razones que hacen a las personas positivas tener más probabilidades de experimentar emociones de este tipo es el hecho de haberlas experimentado anteriormente en más ocasiones. La labor del psicólogo por tanto es, aumentar su probabilidad de ocurrencia modificando o eliminando pensamientos negativos, enseñando al paciente a emplear un lenguaje positivo (al fin y al cabo el lenguaje es la base de nuestro pensamiento y por tanto también va a influir en nuestro estado de ánimo), dedicando tiempo a la elaboración y experimentación de pensamientos e imágenes positivas, etc. En resumen, se trata de hacer un trabajo psicológico prolongado en el tiempo de manejo de emociones negativas y positivas, logrando una mayor preponderancia de estas últimas sobre las primeras.

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El valor de las preocupaciones

Cuando hablamos de preocupaciones en psicología clínica nos referimos a aquellos pensamientos que en su origen quizá tenían una función adaptativa, a saber, anticiparse a las consecuencias de algún acontecimiento para estar preparados/as para ellas. Sin embargo, en la actualidad han perdido ese valor adaptativo, bien por mantenerse excesivamente en el tiempo, por exagerar las consecuencias negativas de los acontecimientos, por incluir implicaciones de poca probabilidad de ocurrencia, etc.
El hecho es que muchas personas valoran positivamente las preocupaciones; es más, prefieren la “tranquilidad” de estar preocupados ante cualquier circunstancia, porque esto les permite estar preparados para lo que les pudiera suceder. De alguna manera les produce cierta tranquilidad creer que nada que ocurra les pillará por sorpresa, ya que lo han podido imaginar previamente, preparándose para las posibles consecuencias negativas.

Sin embargo, esa anticipación constante de consecuencias negativas y la necesidad de estar preparados en cualquier momento para lo peor, no está exenta de complicaciones. Y es que la mente humana tiene el poder de imaginar de una manera tan vívida que las emociones que van asociadas a las imágenes mentales y verbalizaciones son en la mayoría de los casos tan intensas como si estuvieran ocurriendo en el mundo real. De forma que una persona que se encuentra constantemente preocupada por las consecuencias negativas de casi cualquier conducta que él/ella o sus allegados llevan a cabo, psicológicamente también está viviendo las emociones y el malestar asociados.
La realidad es que se trata de una elección personal, (lógicamente influida por aprendizajes previos, fundamentalmente por modelado), el individuo decide anticipar las consecuencias negativas antes que imaginar las positivas o las neutras. Sin embargo, con el tiempo se convierte en un hábito, de forma que los pensamientos (verbalizaciones e imágenes) sobre preocupaciones aparecen de manera casi involuntaria ante cualquier acontecimiento. Al tratarse de un hábito adquirido hace que aparezca de manera apenas consciente, por lo que es posible que la persona ni si quiera haya reparado en pensar que existe otra forma de interpretar la realidad o que la elección de imaginar siempre la consecuencia negativa le lleva a un malestar psicológico constante que a veces no es capaz de identificar ni de encontrar su origen. Pero el hecho de tratarse de un hábito significa que existe la posibilidad de modificarlo haciéndolo consciente. De mismo modo que podemos aprender a imaginar consecuencias negativas, podemos aprender a imaginarnos las positivas o las neutras.

La terapia psicológica tiene como objetivo encontrar esos pensamientos automáticos que aparecen en casi cualquier situación, analizarlos y cuestionarlos, así como sustituirlos por otros más adaptativos desde el punto de vista de la psicología y la salud mental. La cuestión es que si podemos imaginar cualquier cosa y con ello provocar diferentes tipos de emociones, ¿por qué quedarnos siempre con la imagen negativa y la que nos produce malestar? En psicología clínica podemos utilizar en un sentido terapéutico el gran poder de la mente humana para imaginar y generar con ello emociones positivas.

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La comunicación interpersonal: asertividad

Qué duda cabe de la necesidad de tener unas relaciones interpersonales satisfactorias como prerrequisito para una vida plena. Es más, el apoyo social es la variable con mayor impacto reductor del estrés en situaciones difíciles.

Desde la psicología y la psicoterapia se han estudiado con frecuencia los diferentes estilos de comunicación de las personas. Y es que la forma que tenemos de comunicarnos con los demás influye en gran medida en el atractivo que produzcamos en ellos y en la probabilidad de que los otros quieran mantener la interacción o por el contrario, acaben por limitarla.

La mayoría de las personas emplean estilos diferentes de comunicación interpersonal en función de los interlocutores con los que interactúen, su propio estado de ánimo, la situación en la que se encuentren, etc. Se trata de un tipo de aprendizaje implícito que adquirimos por lo general durante el periodo del desarrollo (infancia y adolescencia), aunque seguimos modificando con la experiencia y por supuesto es susceptible de cambio mediante la ayuda de un psicólogo. De hecho, el aprendizaje que se adquiere durante la infancia y adolescencia respecto a los estilos de comunicación está enormemente influido por el aprendizaje observacional basado en modelos. De ahí los grandes parecidos entre los familiares y otras personas con las que se convive en cuanto a estilos de comunicación (sin restar importancia a la influencia genética). Este hecho nos lleva a pensar en la posibilidad de cambio de los mismos mediante situaciones artificiales creadas en la terapia psicológica adaptada a las necesidades de cada persona.

Cuando hablamos de estilos de comunicación en psicología, hacemos referencia a las diferentes maneras que existen a la hora de comunicarnos con los demás. Aquí incluimos tanto la conducta verbal, es decir, las palabras que empleamos; como la conducta no verbal o gestos, movimientos corporales, tono de voz, etc. De alguna manera podemos hablar de tres estilos fundamentales, a saber, agresivo, asertivo y pasivo. Estos tres estilos se sitúan a lo largo de un continuo desde un extremo de agresividad comunicativa a otro de pasividad, pasando por el punto intermedio de asertividad.
En psicoterapia se entrena la conducta asertiva, que consiste en la habilidad social de expresar a los demás nuestros sentimientos, incluyendo nuestro malestar hacia su conducta cuando sea necesario. Para ello es importante emplear una comunicación tanto a nivel verbal como no verbal adecuada, así como hacerlo en el momento apropiado y sin herir los sentimientos de los demás. Sucede con frecuencia que cuando algo nos molesta de los otros, optamos bien por no enfrentarnos a ellos omitiendo nuestro malestar; o bien expresamos de manera agresiva nuestro desacuerdo, entrando en un estado de ira que nos conduce a la ofensa hacia ellos y a empeorar nuestras relaciones sociales cuando esta conducta se repite. Es más, la evitación de enfrentamientos característica del primero de los casos, el estilo pasivo, conlleva la acumulación de malestar y la aparición de un sentimiento de injusticia que con el tiempo acaba por explotar y transformarse en un estilo agresivo.

Para entrenar la conducta asertiva durante un proceso de terapia psicológica, se evalúa en primer lugar el estilo de comunicación de la persona a nivel molecular; se analizan las verbalizaciones, tono de voz, gesticulaciones, etc, que emplea la persona habitualmente en diferentes situaciones interpersonales, para encontrar las áreas de mayor necesidad de entrenamiento. En unos casos será necesario aumentar el tono de voz, mirada a los ojos, verbalizaciones acerca de los propios sentimientos, etc, para sustituir la conducta pasiva por la asertiva; y en otros casos habrá que disminuir estos mismos parámetros para modificar una conducta agresiva e instaurar una asertiva. Todo ello se entrena en primer lugar en la sesión de terapia psicológica y posteriormente se pone en práctica en situaciones reales, que se analizan mediante registros de conducta para valorar logros alcanzados y continuar el entrenamiento en función de ello.

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Qué es la terapia psicológica

Todo el mundo tiene una idea más o menos aproximada de lo que es una terapia psicológica. Cierto es que la industria cinematográfica ha contribuido, con más o menos acierto según los casos, a la formación de una idea de la psicoterapia en la cultura popular. En la actualidad cada vez está más generalizada la posibilidad de consultar a un psicólogo ante algunos problemas de diversa índole. Muchas parejas que se encuentran ante dificultades cotidianas o no tan cotidianas, padres preocupados por sus hijos/as, mujeres y hombres con problemas de ansiedad o estrés, relaciones interpersonales complicadas, tristeza, etc. Todos ellos se han planteado en algún momento si la ayuda de un psicólogo puede ser útil para solucionar sus problemas.

La terapia psicológica consiste en gran medida en una relación interpersonal de confianza, cuyo objetivo inicial es que el paciente se sienta cómodo para expresar sus preocupaciones y las dificultades con las que se encuentra, sin sentirse juzgado por la persona que le está escuchando. La escucha activa y la empatía son dos de los principios fundamentales para lograr que esta relación se desarrolle adecuadamente. Tanto paciente como psicólogo tienen que lograr dejar de lado durante el proceso de terapia las ideas preconcebidas que tengan sobre otras personas para facilitar este proceso. En no pocas ocasiones la terapia psicológica puede no funcionar debido a la aparición de juicios y a la dificultad de eliminación de los mismos, al menos durante el tiempo en sesión; es por ello que no cualquier psicólogo es válido para cualquier paciente.

Por otro lado, es necesario mencionar que existen diferentes orientaciones de trabajo en psicoterapia. A diferencia de lo que sucede en otras ramas de las ciencias de la salud, no existe una única manera de hacer terapia psicológica. Por resumir de forma muy breve y dar algunas pinceladas acerca de las ideas básicas en las que se fundamentan, podemos decir que existen tres corrientes principales, con grandes variedades dentro de cada una de ellas. La tradición psicoanalítica, quizá la más conocida en la cultura popular, consiste en analizar la parte inconsciente de la mente, ya que entiende que existen contenidos mentales que pueden estar bloqueados en ella y su desbloqueo facilitará la desaparición de los síntomas. La corriente humanista-existencial busca el desarrollo pleno del potencial de la persona empleando técnicas variadas en formato grupal e individual. Por último, la psicología conductista se centra en el análisis de la conducta objetiva de la persona para modificar los patrones desadaptativos de esta. Como desarrollo más reciente de esta última, se encuentra la psicología cognitivo-conductual, que analiza también el pensamiento humano y sus vertientes patológicas para modificarlos en un sentido más adaptativo.

La tendencia actual en terapia psicológica es hacia el eclecticismo tanto en las explicaciones teóricas de la mente y la conducta humana como en la práctica en psicología clínica y en las técnicas de psicoterapia. Las aportaciones de cada una de las corrientes de psicoterapia son innegables en diferentes áreas de psicopatología y a nivel terapéutico.

Los aspectos que aparecen de forma común a todos los tipos de terapia psicológica son la relación interpersonal como base de la misma y el empleo de técnicas para la mejoría del paciente. Sobre la relación interpersonal ya se ha hablado anteriormente y acerca de las técnicas es necesario mencionar que según los casos o el momento terapéutico se emplean con diferentes objetivos, por ejemplo, para lograr que el paciente tome conciencia de algo, reestructure sus pensamientos, reinterprete situaciones, alcance un nivel de comprensión diferente de la realidad, reformule su realidad, cambie sus conductas, afronte situaciones, aprenda estrategias más adaptativas ante sus dificultades, acepte las mismas sin negarlas, maneje sus síntomas, regule sus emociones, etc.

Si bien es cierto que muchas de las técnicas pueden llevar al mismo objetivo común por caminos diferentes, la tendencia actual en terapia psicológica evoluciona hacia la psicología clínica y psicoterapia basada en la evidencia científica. Esto significa que la aplicación de la terapia psicológica debe basarse en el empleo de técnicas de eficacia, efectividad y eficiencia probada mediante estudios científicos. Es más, las técnicas deben estar probadas para el problema específico al que se aplican.

A modo de resumen podemos decir que la idea del psicólogo como profesional que se limita a escuchar problemas de sus pacientes queda lejos de la práctica actual en psicología científica. A pesar de existir diferentes grados en cuanto a la directividad de la terapia por parte del psicólogo, la técnica o técnicas concretas a emplear siempre deben estar basadas en la evidencia científica actual para el problema que se pretende tratar.

Por tanto algunas de las labores del psicólogo son, además de escuchar activamente al paciente a lo largo de todo el proceso terapéutico, (para valorar sus dificultades en los diferentes momentos en un proceso de evaluación continua), entrenar técnicas para manejar síntomas como la ansiedad, planificar actividades para mejorar el estado de ánimo y la motivación, proponer situaciones de afrontamiento para superar dificultades o miedos, entrenar habilidades interpersonales las cuales poner en práctica posteriormente, etc.

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Niños tímidos

¿Has observado que a tu hijo/a le cuesta relacionarse, se aísla de otros niños y niñas o evita el contacto con los demás (adultos y/o niños/as) y se muestra angustiado cuando tiene que permanecer en situaciones interpersonales?

La infancia es una etapa importante en el desarrollo de las habilidades interpersonales. A estas edades, niñas y niños ponen en práctica las conductas que van aprendiendo y observan en los demás. Si obtienen resultados deseados, es decir, en el caso de las habilidades sociales, logran recibir atención de los demás, mejoran sus relaciones en algún sentido, logran su objetivo, etc, es más probable que esa conducta se repita en el futuro. Desde la psicología se entiende que el efecto producido por la conducta actúa como reforzamiento positivo de esta. Esto es lo que sucede por ejemplo cuando, ante la conducta de un niño, los adultos o los demás niños y niñas ser ríen, o le prestan atención, le escuchan, comparten algo con él o ella, juegan a lo que ha propuesto, etc.

Sin embargo, cuando un niño recibe burlas ante sus conductas o no logra atención por parte de los demás, siendo objeto de rechazo, el entorno está provocando que las probabilidades de llevar a cabo esa conducta se vean reducidas. Cuando se trata de conductas de interacción social, puede suceder que el pequeño se vuelva más tímido y retraído. En este momento no es difícil que el niño empiece a evitar situaciones sociales debido a la ansiedad que le generan. Además, los adultos del entorno, al percibir el malestar psicológico del niño, ayudan en este proceso de evitación de conductas e interacciones. Los propios compañeros entran también en este círculo, respondiendo por él cuando no habla, o evitando las interacciones con él debido a la falta de respuesta del niño. De esta manera, es el entorno el que dificulta la posibilidad de puesta en práctica de habilidades sociales por parte del niño, impidiendo que tenga experiencias de éxito en sus interacciones.

Dependiendo de la edad del niño y por lo tanto de la capacidad que tenga para interpretar lo que le sucede, estas situaciones darán lugar a pensamientos negativos acerca de las relaciones interpersonales. Estos pensamientos fomentan el aislamiento social haciendo que el niño evite situaciones en las que se encuentre con otras personas. Además, es frecuente que comience a formarse un autoconcepto y una autoestima negativa sobre sí mismo, al menos en lo que se refiere a las relaciones sociales.

Todo este proceso se va produciendo a lo largo del tiempo y es habitual que existan situaciones o personas con las que el niño se sienta más cómodo y otras con las que sienta un grado de malestar mayor.

La ayuda de un psicólogo infantil es fundamental para analizar todo este proceso que se está dando en el niño, que desde fuera los demás observan como excesivamente tímido. Además, los padres y el entorno suelen necesitar una guía sobre cómo actuar para hacer que el niño supere su problema. La terapia psicológica infantil con niños tímidos se centra en trabajar pautas con padres y educadores, para poder atender adecuadamente a las necesidades del niño. También se trabaja directamente con el niño tímido, dotándole de estrategias para superar las situaciones que le generan ansiedad, además de modificar los pensamientos negativos asociados a las situaciones sociales y relacionados con su autoconcepto.

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Cuando la ira nos controla

Hay momentos en los que estamos tan enfadados/as que sentimos que vamos a explotar. Incluso hay personas que dicen pasar de la calma o la tranquilidad a un estado de ira intensa en cuestión de segundos, sin apenas poder pensarlo, como si de una reacción instintiva se tratase. Puede que haya situaciones concretas, personas o actitudes que hagan que nos irritemos con mucha facilidad, o al menos eso es lo que nosotros pensamos.

Sin embargo, esa reacción que aparece rápidamente y que incluso transcurre en unos pocos segundos, se caracteriza por tener un largo proceso detrás que es necesario analizar y conocer bien para entender lo que está sucediendo.

Al igual que ocurre con muchas otras de nuestras conductas, en gran parte se trata de un hábito aprendido asociado a determinadas situaciones. Más bien, relacionado con la interpretación que hacemos de esas situaciones. De hecho, esta es la razón que explica que a cada persona le influyan las circunstancias del entorno de diferente manera, es decir, cómo explicamos lo que está pasando a nuestro alrededor. En una misma situación diferentes personas podrán tener reacciones también diferentes. Esto quiere decir que cambiarán todos los niveles de respuesta (pensamientos, emociones, sensaciones físicas, conductas, verbalizaciones, etc) según la interpretación que la persona haga de lo que le sucede. Algo que parece tan obvio es la base de la terapia psicológica con adultos y adolescentes y en algunos casos de psicología infantil, siempre y cuando el niño haya alcanzado un desarrollo mental suficiente como para ser consciente de sus propios pensamientos.

El enfado es una emoción que aparece cuando nos sentimos invadidos en nuestro espacio personal, entendido este concepto en un sentido amplio (es decir, cuando esperamos que alguien haga algo y no lo hace, o al contrario, cuando no queremos que alguien haga algo y lo hace, etc). Cuando nos enfadamos ocurre habitualmente que aparecen en nosotros pensamientos negativos hacia la fuente que ha ocasionado esta emoción. La clave de la terapia psicológica cognitiva, es decir, centrada en los pensamientos, está en el control y manejo de esas verbalizaciones e imágenes que se nos vienen a la mente de manera casi automática. En ocasiones son tan automáticos que apenas somos conscientes de ellos. La ayuda de un psicólogo es importante para analizar lo que sucede en nuestro interior y encontrar esos pensamientos negativos. De hecho, estos pensamientos suelen tener grandes sesgos en la valoración que hacemos de las situaciones. Suelen ser poco objetivos y no tener en cuenta todas las posibilidades de interpretación. Por ello ocurre que cuando la ira desaparece al cabo del tiempo, solemos decir que “somos capaces de pensar con mayor claridad”. Y es que es entonces cuando han desaparecido los pensamientos negativos sesgados, o al menos somos capaces de darles una menor credibilidad. Esto nos lleva en muchas ocasiones a arrepentirnos de nuestra conducta anterior mientras nos encontrábamos en el estado psicológico de ira. Realizar actividades que nos distraigan, con la guía de un psicólogo, puede ser de gran utilidad para facilitar este proceso. Además, el psicólogo también nos ayuda a analizar desde una visión más objetiva esos pensamientos sesgados y poco objetivos, y así poder poner en práctica estrategias que nos permitan manejar emociones tan intensas como la ira y sus consecuencias negativas en nosotros y en el entorno.

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La terapia psicológica con niños

¿Necesitan terapia psicológica los niños? Hoy en día la sociedad es mucho más sensible a las necesidades de niñas y niños. La educación que reciben estos, así como la atención que prestamos los adultos a sus necesidades, son un reflejo de lo que serán de mayores y de las dificultades o facilidades que puedan encontrar en su vida futura.

En muchas ocasiones se ha restado importancia a los problemas de los más pequeños, bien por considerarlos individuos en desarrollo quizá con menor sufrimiento que los adultos, o bien por entender aquellos como cuestiones pasajeras que se resolverían por sí solas. Los métodos educativos, gracias a la investigación de las últimas décadas especialmente en áreas como la Modificación de Conducta, han evolucionado enormemente hacia la demostración de estrategias eficaces que permitan a los niños superar problemas que anteriormente no tenían tratamiento y lograr un desarrollo pleno. Además se trata de evitar algo que se ha empleado con demasiada frecuencia como es el castigo, debido a las consecuencias negativas que este genera (aversión hacia la fuente que aplica el castigo, aparición de conductas preparatorias de miedo, impedimento o reducción de aprendizajes positivos, etc).

La terapia psicológica es en gran medida una estrategia educativa, un método que lleva al desaprendizaje de conductas inadecuadas junto con el aprendizaje de otras más adaptativas. Por ello podemos decir que los más pequeños también pueden beneficiarse de estos aprendizajes. Los niños sufren problemas psicológicos, algunos similares a los de los adultos (aunque con algunas características que los diferencian de los de aquellos) como ansiedad, tristeza, miedos, preocupaciones, celos, etc; así como otros problemas más característicos de su condición de individuo en desarrollo (Retraso Mental, TDAH, problemas de eliminación como enuresis y encopresis, problemas de lectoescritura etc); todos ellos susceptibles de tratamiento psicológico, en su caso por un psicólogo infantil.

Muchas conductas inadecuadas y problemas psicológicos posteriores, inician su desarrollo durante el periodo de desarrollo infantil. Una intervención adecuada llevada a cabo por un psicólogo infantil permite evaluar el grado de interferencia en la vida del niño y enseñar al pequeño y a su entorno las estrategias más adecuadas para afrontar sus dificultades. El aprendizaje de conductas de autocontrol y el establecimiento de unos límites adecuados pueden ser pautas fundamentales que faciliten que los niños se desarrollen de forma más adaptativa.

En la terapia infantil será necesario que el psicólogo dedique una proporción importante de las sesiones al entrenamiento a padres, para que estos puedan poner los medios que faciliten el desarrollo adecuado del niño, así como para ofrecerles unas pautas que les sirvan de guía en la labor educativa de sus hijos.

Además el psicólogo infantil trabaja con el niño o la niña, para entrenar habilidades específicas, estrategias de afrontamiento, guiar al pequeño en las necesidades que tenga en función de su problema, etc, todo ello de una manera lúdica y adaptada a sus intereses, gustos, preferencias, estadío evolutivo, etc.

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Niños con problemas para dormir solos

Algunos niños y niñas muestran problemas a edades tempranas para conciliar el sueño cuando no están junto a sus padres o figuras significativas. Este hecho es algo que angustia mucho a los padres, quienes ante la falta de información y la preocupación por el bienestar de sus hijos/as, suelen optar por quedarse junto a ellos hasta que se duerman o incluso dormir con ellos hasta edades relativamente avanzadas. De esta manera se impide que el bebé adquiera una conducta que es fundamental para su desarrollo, que es aprender a dormir solo.

Desde la psicología infantil es conocido que, en función de las diferentes etapas evolutivas se espera que los niños y niñas comiencen a realizar determinadas conductas así como la aparición de algunos miedos y dificultades característicos de cada edad. Es importante la respuesta del entorno, ya que debe permitir a los pequeños desarrollar las distintas habilidades que van a requerir a lo largo de su desarrollo. Las personas que se ocupan de su cuidado deben poner los medios, facilitando situaciones que permitan al bebé poner en práctica cada una de las diferentes habilidades que tiene que desarrollar. Las conductas de sobreprotección en muchos casos suponen un impedimento al desarrollo de aquellas.

Es habitual que los bebés se despierten por la noche durante el sueño, al igual que sucede con los adultos. El ritmo de sueño-vigilia está regulado biológicamente (aunque se puede influir en él desde el entorno, mediante hábitos, ciclos de luz-oscuridad, ruidos, etc) y lo constituyen distintos ciclos de actividad-reposo, que en el caso de los bebés se encuentran mucho más marcados. En la sucesión de estos ciclos durante el sueño se dan cambios de una fase a otra, donde es frecuente que ocurran despertares. Un cambio de fase especialmente marcado es el que se da de la vigilia al sueño. Por ello es frecuente que aparezcan problemas de sueño en estos cambios de fase, es decir, problemas para conciliar el sueño y problemas para mantenerlo debido a los despertares nocturnos (o diurnos si se dan en las siestas durante el día).

El bebé tiene que aprender unos hábitos de sueño y vigilia, que van a venir marcados por la conducta de las personas del entorno. Muchos de los casos que llegan a consulta de niños con problemas para dormir están originados por unos hábitos inadecuados o por cambios significativos en el entorno. Un psicólogo infantil debe valorar estos hábitos, después de haber descartado otro tipo de patologías (problemas de alimentación, enfermedades, apneas, etc). Las técnicas de modificación de conducta están encaminadas a restablecer unos hábitos adecuados de sueño y actividad en el bebé y en la familia para lograr que este aprenda algo que va a necesitar durante el resto de su vida. Además, con este tipo de intervenciones desde la psicología infantil se enseñan a los niños comportamientos adecuados, y es un modo más de establecer límites y enseñar conductas de autocontrol, que van a ser fundamentales en el desarrollo de otras capacidades. Por otro lado es importante trabajar la interacción del bebé con los padres, los tiempos de juego, compartir actividades, tiempos de descanso, separaciones, etc, ya que estas rutinas serán las que ayuden al niño a regular su propia conducta (ciclos actividad-reposo) y a establecer un apego adecuado con sus padres y otras figuras significativas.

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